2 abril, 2021
«Lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer». Cuántas veces habremos repetido estas palabras para hablar de un suceso que ocurrió hace tiempo, pero que nos marcó de tal forma que pensamos que lo recordamos con todos sus detalles.
Sin embargo, cada vez son más los estudios psicológicos y neurológicos que indican que la memoria nos traiciona constantemente.
Este es uno de los temas centrales de «El nervio principal», la última novela del escritor mexicano Daniel Saldaña, señalado como uno de los autores más destacados de su generación.
El planteamiento de «El nervio principal» es, en apariencia, sencillo: un niño emprende un viaje para encontrar a su madre que, como averiguamos en las primeras páginas, decide dejar a su familia un día del verano de 1994.
El narrador es ese mismo personaje que, 23 años después, se encuentra postrado en una cama y no sale de casa.
«Estaba escribiendo otra novela que era como una trama muy complicada con muchos narradores distintos en un tono también muy distinto, más humorístico, y de pronto sentí que necesitaba regresar a un tipo de narración más directa, con un solo personaje, y también acabar con el tono irónico con el que estaba escribiendo», explica Saldaña.
«Me pareció que hablar de la infancia era una buena manera de sacarle la vuelta a eso; hay sentido del humor, pero no es el cinismo de la edad adulta, por eso quise trabajar en torno a un niño».
Para el escritor de 35 años hablar con la voz de un niño era un gran desafío por la dificultad de utilizar un léxico y sintaxis que fueran creíbles en un menor.
De ahí que decidiera narrar desde el punto de vista del adulto que recuerda su infancia y que por momentos sí entra en una especie de tono infantil.
«Le presta la voz a su yo infantil», apunta el escritor.
El propio autor le cede rasgos y características al personaje niño, con el que comparte alguno de los mismos recuerdos.
«Son cosas que saqué de mi experiencia, o eso creo yo, la verdad es que tengo muy mala memoria. Pero sí, hay mucho de mí en la mirada, sobre todo en sus obsesiones, cosas medio neuróticas como lo de buscar simetrías en las cosas».
Como parte de ese ejercicio de regreso al verano de 1994, la evocación y la memoria son ejes fundamentales de la novela de Saldaña. El narrador dice en uno de sus fragmentos:
«Recordar desgasta (…) Recuerdo y sujeto se aniquilan mutuamente en el ejercicio de la memoria, hasta que el recuerdo es inventado y el sujeto está más solo que antes, porque lo que recordaba ya no existe: es sólo una copia de una copia de una copia».
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«Lo leí en algún lugar», explica Saldaña.
«Estaba leyendo cosas sobre la memoria y sobre su funcionamiento a nivel neurológico y había un artículo de divulgación de la ciencia que hablaba de eso, que los recuerdos a los que más regresamos o los que recordamos más veces son los más distorsionados, porque con cada nueva interacción del recuerdo algo se va modificando.
«Lo explicaban mucho más científicamente, pero la idea me impresionó mucho, porque justamente los recuerdos que más recordamos son los que nos dan identidad.
«Si regresas mucho a la misma escena es porque constituye algo así como la médula de quién eres y que justo haya algo como inasible detrás de eso, que ese recuerdo sea el más modificado me da una especie de vértigo», expresa.
La mirada del narrador vuelve una y otra vez a ese verano en que su mamá abandonó a la familia y él, con 10 años, se quedó en casa con su papá y su hermana Mariana.
El año elegido, 1994, no es casual.
Fue el año del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, la firma de Tratado de Libre Comercio, el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, la gran devaluación del 94… un año que indudablemente quedó grabado en la memoria colectiva de los mexicanos.
«En esa especie de manera en la que el personaje se mete en la realidad política nacional creo que hay algo muy autobiográfico», explica Saldaña.
«Recuerdo muy claramente estar viendo la tele y de pronto la noticia del levantamiento y la toma de las ciudades en Chiapas, fue algo muy muy importante, incluso a mis 9 años todo el mundo hablaba de eso. La familia de mi mamá tenía fotos del subcomandante pegadas en la pared de su casa, había una especie de devoción de las señoras», relata.
«El subcomandante los primeros años sacaba cartas todo el tiempo y tenía personajes que eran casi como para niños, y mi papá me leía las cartas del subcomandante como si fueran cuentos infantiles.
«Fue como un episodio muy importante y fue el año donde realmente siento que empecé a ser más perceptivo de que había otra dimensión social y política del mundo. Fue un año muy clave en México y sí, era un tema que estaba todo el tiempo en las conversaciones, en los noticieros, en la escuela; era algo que estaba como muy presente».
Además de recordar su infancia, el narrador recluido que apenas tiene contacto con otros seres humanos reflexiona en su cuaderno sobre la importancia de la escritura para poder expresar pensamientos que necesitan salir de él.
«En mis momentos más optimistas tengo una especie de fe casi religiosa en la escritura y en su capacidad de redención… luego se me pasa y siento que no sirve para nada y que todo es completamente inútil lo que estoy haciendo», expone el autor mexicano, que en 2017 fue incluido en la lista Bogotá39 que reconoce a los 39 mejores escritores menores de 40 años de América Latina.
«Pero sí creo que a mí personalmente me sirve como herramienta para conocer el mundo, para conocer cosas de mí mismo. Hay un montón de cosas que no sé al empezar a escribir una novela.
«Por ejemplo, el personaje que sabemos que está recluido, que está en una cama, que no sale de su cuarto, como que yo lo puse y no sé por qué lo puse, no sabía tampoco hacia dónde iba a ir eso, y el proceso de escritura es como un ir descubriendo la trama que después descubrirá el lector.
«Hay ahí como una forma de conocimiento del mundo que a mí me da muchísima satisfacción, es la principal razón por la que lo hago».
*HFQ, BBCNM