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8 agosto, 2021

¿Cuál será el rostro del poscristinismo?

Asoma una nueva generación de presidenciables en el peronismo del interior

 

Por Ignacio Zuleta

Una de las tramas inconfesables de esta campaña es el cálculo del oficialismo de la cantidad de senadores que puede perder en las elecciones de noviembre. El pronóstico más optimista habla de 5 senadores menos que los 41 que tiene hoy el bloque que preside José Mayans.
El más pesimista habla de 6, con lo cual la cantidad de legisladores del peronismo puede quedar más lejos que hoy de alcanzar los 2/3 de los votos para aprobar proyectos estructurales, como reformas al sistema de justicia, cambios en la Suprema Corte y las fantasías de reforma constitucional.

Esta presunción, frágil como todas las que predican sobre el futuro, tiene una traducción en el liderazgo político: declinación del poder que tiene Cristina sobre el trípode presidencial, cono de sombra para sus proyectos de reforma y de mayor poder a un senado federal.

Implica, además, una revisión del acuerdo del peronismo del interior con el peronismo AMBA, el que maneja los tres cargos principales del gobierno: Alberto en Olivos, Massa en Diputados, Cristina en el Senado.

En sus relaciones con la oposición, ese fortalecimiento del poder de los gobernadores recrea un estado de cosas ya conocido: la alianza de Massa con el interior, que tuvo su contrapartida en el Senado anterior a 2019, en el bloque Justicialista. Esa trenza sirvió a los acuerdos de los gobernadores con el gobierno de Cambiemos.

Nada se repite en la historia, pero la historia sirve para explicar: el pichettismo tuvo su razón de ser. Puede tenerlo en el futuro este pichettismo sin Pichetto, que será el rostro del poscristinismo, el peronismo moderado de los normales, lejos de las fantasías tabernarias y antisistema que laten en el fondo de la cueva.

La resignación de alianzas ya conocidas

 

Este nuevo ciclo, cuyo formato se discute en peñas del peronismo, es la oportunidad para que descuelle una generación de dirigentes que hoy ocupa gobernaciones, como Sergio Uñac, Jorge Capitanich, Gustavo Bordet, y alguno más.

El consenso de la liga de gobernadores del peronismo es que ésta es una elección de formato nacional. Va a examen la administración del pacto Alberto-Massa-Cristina. Las elecciones locales no los desvelan porque vuelven a ganar los oficialismos.

La necesidad de abroquelamiento puede producir hechos novedosos, si se verifica esa pérdida de bancas del peronismo en el Senado. Uno es el protagonismo que pueden llegar a tener legisladores silvestres como Adolfo Rodríguez Saá o Alberto Weretilneck en los esfuerzos por mejorar el número.

Es pintoresco que la acumulación de fuerza que logró un peronismo unificado termine dependiendo de senadores – volátiles como ellos – que ejercen el voto en la cámara “a la carta”, apoyan o rechazan proyectos según la ocasión. Lejos de los peronistas mano de piedra como Oscar Parrilli, que te vota todo. O de manos de piedra de la oposición, como Juan Carlos Romero que suele decir en reuniones de bloque “yo a este gobierno no le voto nada”.

Hacia afuera, la pelea del 2023 los llama a una polarización creciente. No es imaginable que se repita una división del peronismo antes de esa fecha, más cuando hoy la señal de Cambiemos es mostrar a un candidato a presidente – Horacio Rodríguez Larreta.

Cualquier acuerdo que pueda imaginarse entre 2021 y 2023 se hace con una fuerza que ya pelea con nombre y apellido una candidatura. Esto lo hace a Larreta más fuerte hacia adentro de su formación, pero lo debilita para cualquier acercamiento a las tribus del peronismo que imaginan alguna aventura por la tercera vía.

El poscristinismo nace por evolución vegetativa, e implica una declinación de la centralidad de Cristina. Los peronistas del interior tienen derecho a preguntarse si van a seguir atados a una gestión de la vicepresidente que los mantiene en default y ligados a proyectos de reforma estructural que ellos han congelado (como la reforma judicial o de la procuración), o criticado (como los proyectos de biocombustible, Hidrovía, etc.).

Esa declinación es un pulmotor para los dos años que le quedan de mandato a Alberto, y un pedal para un Massa que ve el campo abierto a sus aventuras. Presidirá una cámara con estrellas del peronismo opositor como María Eugenia Vidal, Diego Santilli, Emilio Monzó, Rogelio Frigerio; en una de esas Florencio Randazzo, Cristian Ritondo y otros amigos. El complemento ideal para resignificar lo que fue la alianza objetiva entre 2016 y 2019 entre un peronismo federal y no cristinista, con la agenda del peronismo opositor y moderado, que se diferenció del macrismo de Olivos, una expresión de la ortodoxia económica que provocó la rodada de aquel gobierno, enredado en las patas torpes del acuerdo del FMI.

 

 

La PASO, una pelea entre dirigentes

 

 

La política es un género de la ficción realista. Pero genera fantasías como ésta del poscristinismo, que tiene un solo motor: el paso del tiempo, que revela el fracaso de gestión de un gobierno empastado por economía heredada y por la peste, que paralizó al planeta durante un año y pulverizó gobiernos como los de Trump y Merkel. Es el caso una fatalidad, como la que describe el tango. “Fiera venganza la del tiempo”, que en política no mejora nada y disipa los mejores esfuerzos.

La campaña por las legislativas no es una disputa de los partidos por el voto popular, sino una querella entre los dirigentes de cada formación. Creer que, con avisos, denuncias, vacunas, o plata dentro o fuera del bolsillo, puede modificar las tendencias del voto es un engaño a los ojos. Una ilusión que los protagonistas sobreactúan creando más confusión que claridad sobre lo que se disputa, por ejemplo, en las PASO del 12 de setiembre.

En los 35 días de campaña -que formalmente comienza este domingo- los forcejeos entre los dirigentes decidirán lugares en las listas, que es la señal de liderazgo, un recurso escaso, aunque renovable, en la política criolla.

Aunque confronten con acidez controlada -después de todo una interna es una pelea de familia- los precandidatos juegan su futuro en las nóminas que los partidos, ofrecerán esa lista a un electorado que ya tienen cautivo. Los peronistas trabajan en su oferta a peronistas; y el no peronismo hace lo propio con su constituency.

Se explica el rigor con el cual asumen los precandidatos su rol en estas PASO; que son las primeras -en los 10 que tiene de vida- en las que habrá enfrentamientos entre postulantes. El sistema fue desde 2011 un festival de listas únicas.

En este turno oficialismo y oposición van a las urnas en medio de otro debate, el que decidirá el liderazgo de coaliciones horizontales y sin jefe. La primera consecuencia es que sin liderazgos ha sido imposible cerrar acuerdos pacíficos. En el peronismo de Buenos Aires, la forzada lista única encierra conflictos no resueltos. Es el fruto de encapsular querellas que siguen abiertas y salvarle la ropa a Cristina y Maxi como jefes. Un parche para no volver a dividir al peronismo en el distrito más importante y donde comenzó el último periodo cismático -desde 2009 hasta 2019-.

 

 

Los tuneleros y las guerras paralelas

 

 

La fragilidad de los liderazgos habilita el debate sobre el poscristinismo en el peronismo, para alegría de los socios odiosos como Alberto y Massa, pero también le impone empresas tortuosas a Larreta. Una de las más costosas es mantener la affectio societatis con las carpas de Cambiemos y sus franquicias provinciales. ¿Es posible apoyar a todos quienes compiten, sin que eso genere daños que se evitarían tomando posición?

En la semana transitó por rondas de café con tuneleros que buscaron alguna concordia. Mario Negri se reunió con él para recomponer las relaciones después del cierre tumultuoso de Córdoba –una herencia de lo que dejó Macri antes de viajar a Suiza, de donde regresa este domingo-.

El jefe del interbloque también pasó por la casa de Jujuy, en donde tiene su comando Gerardo Morales. Ese pasamanos de los tres mejoró algo las relaciones entre socios de la coalición, heridas por los chispazos del cierre.

Morales juega varias partidas, una de ellas, y la más críptica, es por la presidencia del comité nacional de la UCR que se renovará a fin de año. Entiende que ese bastón es necesario para disputar una candidatura presidencial para 2023. La puja explica el envión antilarretista, quien imaginó a Horacio dictándole letra a Elisa Carrió contra Facundo Manes.

Una broma porque si hay alguien que la conoce a Lilita es él, y sabe que la jefa de la Coalición tiene estación de servicio propia, le sobra combustible para lo que dice y hace. Sabe, además, que ella es difícil que se equivoque en términos estratégicos. ¿O le conviene a Gerardo que Manes siga repitiendo que quiere ser presidente?

Como tampoco le conviene a Martín Lousteau, a cuyos propósitos le convendría que su candidato Manes perdiese la PASO con Santilli. No fuera que una victoria implicase un lanzamiento inoportuno.

Como no es candidato, Lousteau se tomó unos días para viajar a Disneylandia. Vuelve este fin de semana y se obligará a una cuarentena forzada por la peste. Bien ahí, eso de estar lejos de la campaña y los compromisos solidarios con tus candidatos. De esos concilios, algunos compromisos dolorosos para Horacio, que pelea una construcción nacional. Como abstenerse de aparecer en este turno de campaña por el interior, salvo en distritos con unidad lacrada, como Mendoza o Entre Ríos.

 

 

El metro que la obliga a Vidal

 

 

Larreta logra pacificar en su quinta. Uno de los símbolos es la aparición sonriente de Mariu con Pato. Más aún, la exgobernadora empezó a usar como propia una oficina de la ex ministro de Seguridad en Avenida de Mayo. No era algo esperable que ocurriese hace un mes cuando se despedazaban en la pelea por la cabeza de la lista de diputados de la CABA.

Este entendimiento tiene también su racionalidad. A Larreta y socios –Mariu, Pato, Mauricio- no los van a evaluar en las elecciones de noviembre por si ganaron o no. Los medirán por el diferencial que tuvieron frente a elecciones anteriores.

En esta especialidad el metro lo pone Carrió, que sacó en 2017 el 50,98%, y eso que lo tenía en lista aparte a Lousteau, que sacó un 12,30% con Evolución. Total 63,28%. Una enormidad inigualable. Si la querés más fácil, te bajo el listón. Maxi Ferraro, a la cabeza de la lista sacó en 2019 el 53,02%. Claro que estaba colgado a la fórmula Macri-Pichetto, que sacó 52,64%. Aunque perdiendo en la nacional, es un número. En esa elección, Larreta ganó la reelección con el 55,90% de los votos. Fue el primer jefe de gobierno desde la autonomía porteña, que ganó en primera vuelta. Vaya faena la que le ponen a Vidal.

 

 

A la búsqueda del peronismo perdido

 

 

Como la campaña los compromete todos, los subirán al escenario, incluso a Macri y a Miguel Pichetto, que bascula entre el conurbano y la CABA y será protagonista de la campaña para localizar identificación con peronistas.

La rispidez del cierre despertó las diferencias con los radicales, que ahora se acuerdan, recién, de que Vidal cogobernó parte de su mandato junto a Massa. Y que su debacle se produjo cuando el tigrense comenzó su migración al Patria. Pareció no haber evaluado la vulnerabilidad de tenerlo a Sergio de socio. Algo que se paga caro en política. Como lo saben todos los dirigentes que han sido víctimas de una sociedad con él.

Pichetto presidió una sesión del comando del Peronismo Republicano, del cual salió el documento «La tibieza no es compatible con el desafío que tenemos por delante». Ese texto llama a los peronistas opositores a no dejarse distraer por el randacismo, del cual ya huyeron Joaquín de la Torre y Jesús Cariglino, para integrarse a la lista radical de Manes.

El comando incluía a por Miguel Toma, Juan Pablo Lohlé (autores del primer borrador del documento), Ramón Puerta, y el dueño de casa, el sindicalista Dante Camaño. Este grupo volvió a mencionarlo a Pichetto como candidato a presidente en 2023 y conductor de la fuerza cuya cúpula tiene vocación gastronómica. Usan oficinas del sindicato de Camaño, pero se los ve también en lo que han llamado su «unidad básica», el café La Farola, de Acassuso, sobre Av. Del Libertador.

 

Ilusiones criollas: la campaña no modifica el voto

 

 

En esta columna se eluden las frivolidades, como las que desvelan a políticos (y periodistas) en campaña. Como si la planilla de ingresos a Olivos, o la lista de viajeros a Miami y Disneylandia fueran registros de resultados que pudieran modificar el voto de nadie. Son distracciones para hacer músculo y lograr posicionamientos en la pelea electoral, que tienen efectos nulos en un proceso que confirmará las grandes tendencias del electorado, que se divierte descifrando enigmas: hace un mes el enigma era ¿por qué de madera? Ahora es ¿por qué a las once?

Los movimientos del voto son lentos y expresan identificación, por eso es difícil que se modifiquen con el marketing. Nada menos volátil que el voto en la Argentina, que repite a lo largo de los años el recuento de adhesiones al peronismo y al no peronismo, con un pequeño porcentaje de voto móvil que puede resolver una elección en un balotaje finito como el de 2015. Pero que no arroja las preferencias de un lado hacia el otro.

El mismo Macri, que había ganado por 2 puntos en 2015, sacó más votos en 2019, y perdió, porque el peronismo había logrado reunificarse después una década de divisiones, letal para sus intereses. Las razones de la política responden a mecanismos racionales y de intereses, que motivan que el público no se deje arrastrar por las propagandas, las televisiones y otras especialidades de la mercadotecnia electoral. La sociedad no se suicida ni sigue consignas quiméricas, como las de quienes piden el voto para cambiar el mundo. Más bien vota pidiendo que no se lo cambien.

 

*NA