19 agosto, 2020
Desde la aparición del nuevo coronavirus, hubo varias promesas de la medicina y hasta la pseudociencia que fracasaron en la búsqueda de una cura contra el SARS-CoV-2
Mucho pasó en estos 8 meses desde que el mundo se enteró que en la ciudad de Wuhan, en China, aparecía un enemigo silencioso, contagioso y potencialmente mortal para muchos, que iba a originar una nueva pandemia.
Mientras la ciencia avanza, también lo hace la enfermedad, que ya contagió a más de 22 millones de personas y se cobró la vida de más de 783 mil almas. A partir de su secuenciación genética en los primeros días de enero de este año, la medicina y la ciencia en general han buscado herramientas para derrotarlo. Desde drogas ya conocidas para otras enfermedades, hasta tratamientos innovadores que están actualmente en etapa clínica. Y por supuesto, el desarrollo de una vacuna efectiva que hoy es perseguida por más de 200 proyectos en todo el mundo.
Pero en este mundo hiperconectado, con la misma velocidad que el coronavirus iba contagiando, también crecía la incertidumbre por el desconocimiento general que había, los fallos en varias decisiones estratégicas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la enorme cantidad de información que muchas veces generó confusión, malos entendidos y hasta supuestas curas por medio de tratamientos caseros engañosos, promesas pseudocientíficas y hasta medicamentos probados para otras enfermedades que resultaron ser un fracaso, a pesar de ser promocionados con bombos y platillos por presidentes poderosos del mundo.
¿Pueden las gárgaras con enjuague bucal proteger de la infección con el nuevo coronavirus (2019-nCoV)? Fue la consulta que le hicieron llegar por Facebook en febrero, cuando todavía la enfermedad no era pandemia, a la Organización Panamericana de la Salud, que en un posteo debió aclarar que no había evidencia probada de que las gárgaras con enjuague bucal protejan contra el coronavirus.
En muchos países hay denuncias y hasta muertes, en el reciente caso de un niño argentino,por el uso de un elixir que “aleja al COVID-19” y consiste en un frasco con dióxido de cloro, un tipo de blanqueador que se utiliza para desinfectar piletas y pisos.
En Cochabamba, Bolivia, la botella de 3,78 litros de dióxido de cloro se vende por ocho dólares. Y hasta el Senado de Bolivia, con mayoría opositora, aprobó la semana un proyecto de ley que permitiría suministrar la solución de forma gratuita para uso médico, a pesar de las protestas del Ministerio de Salud.
Además de Bolivia, la Asamblea de Ecuador trató el tema del dióxido de cloro y sus supuestas ventajas como tratamiento contra el coronavirus. Desde hace muchos años, este químico se ha publicitado de manera engañosa no sólo en Sudamérica, también en Estados Unidos, como una cura para el sida y el autismo.
Por lo que la Administración de Medicamentos y Alimentos de EEUU conocida como FDA, debió comunicar que la sustancia no tiene valor médico y que puede tener efectos potencialmente mortales, entre ellos “vómitos severos, diarrea severa, presión arterial baja potencialmente mortal causada por deshidratación e insuficiencia hepática aguda”.
También tomar mucho alcohol, o incluso beber lavandina se ha promocionado en donde la pandemia está pegando más fuerte: Latinoamérica, una región donde muchas personas no pueden pagar una atención médica de calidad o el sistema sanitario local no es eficiente. Y millones terminan cayendo en tratamientos alternativos que son ampliamente promocionados en las redes sociales y explotados por muchos especuladores.
La OMS debió aclarar que algunos productos de limpieza que contienen metanol, etanol o lavandina son útiles para eliminar el coronavirus de las superficies, pero nunca deben ingerirse ya que no destruirían los virus presentes en el organismo y dañarían los tejidos y órganos internos. Beber estas sustancias puede provocar discapacidad o incluso la muerte”.
Otra cura milagrosa promocionada es la luz ultravioleta, que efectivamente causa la desintegración del virus en distintas superficies y esteriliza objetos. Pero lo ilógico y hasta peligroso llegó de boca del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que sugirió la posibilidad de tratar el coronavirus con “una inyección” de “desinfectante” o aplicando “luz solar” en el cuerpo humano para poder así vencerlo.
“Veo que el desinfectante lo noquea en un minuto, en un minuto. ¿Hay alguna manera de que podamos hacer algo como una inyección dentro o casi una limpieza? Como pueden ver, llega a los pulmones y alcanza una cifra tremenda en los pulmones, por lo que sería interesante comprobar eso”, dijo el propio mandatario estadounidense en una conferencia de prensa el 24 de abril pasado, dirigiéndose al director de la División de Tecnología y Ciencia del Departamento de Seguridad Nacional, Bill Bryan, que lo miraba sorprendido.
Otro de los ejemplos más increíbles también sucedió en Estados Unidos, donde grupos evangelistas salieron a asegurar que los objetos de plata eran naturalmente antimicrobianos, cosa que el gobierno debió negar enfáticamente a través de la FDA. Y las propuestas pseudocientíficas también llegaron a los secadores automáticos de manos, promocionados como efectivos para matar al COVID-19, lo que valió la respuesta de la OMS para negarlo rotundamente.
Los científicos están probando un amplio espectro de tratamientos probados eficazmente en otras enfermedades, pero no para el COVID-19. Las probabilidades de que algunos de ellos sean útiles se consideran bajas, y se sabe que algunos son potencialmente dañinos. En muchos casos, no hay evidencia sólida de que funcionan contra el coronavirus.
Uno de los fármacos que despierta ese tipo de interés es la Ivermectina, que se usa para tratar parásitos intestinales. Dos ministros brasileños anunciaron que habían dado positivo por el coronavirus, y uno de ellos dijo que se estaba tratando con Ivermectina, entre otros medicamentos.
El gobierno de Perú compró Ivermectina para combatir la pandemia, y semanas después dio marcha atrás, luego de que la OMS dijo que no debía usarse para tratar al coronavirus. Eso no impidió la explosión de un mercado ilegal de la versión veterinaria del producto, lo que obligó al gobierno peruano y a la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés)— a advertir a los ciudadanos contra el uso de medicinas para animales de granja. Aún así, en el pequeño pueblo de Nauta, en la Amazonía peruana, el gobierno local y los grupos religiosos llegaron a dar Ivermectina veterinaria a adultos y niños de hasta cuatro años, según los medios locales y un grupo de derechos humanos.
Si hubo un medicamento ponderado y a la vez cuestionado en medio de la pandemia por la aparición del virus SARS-CoV-2, fue la hidroxicloroquina. Derivada de la cloroquina, se trata de una droga contra el paludismo que generó una grieta en la comunidad científica mundial.
En el principio de la explosión de casos en Europa por el nuevo coronavirus que causó estragos principalmente en Italia, España, Reino Unido y Francia, hubo una voz que se alzó como una esperanza certera para derrotar los efectos del virus en pacientes graves: el virólogo Didier Raoult, director del Instituto Mediterráneo de Infección en el Hospital Universitario (IHU) de Marsella, que anunció en marzo en un video el “final de partida” contra el virus: la cloroquina, dijo, una medicación utilizada contra la malaria, había eliminado los síntomas del 75% de los 24 pacientes en los que él la probó.
Aunque el Alto Consejo de Salud Pública de Francia y el primer ministro francés, Édouard Philippe, anunciaron que la recomendación se basa en la prudencia, dada la falta de estudios sobre la eficacia y la seguridad del fármaco para combatir este nuevo coronavirus, el país galo comenzó a realizar ensayos clínicos con esta droga e invitaron a los hospitales a “incluir la mayor cantidad posible de enfermos” en ellos.
Mientras Raoult ganaba fama mundial, como posible salvador de las vidas que pendían de un hilo a causa del COVID-19, una serie de artículos científicos comenzaron a echar por tierra los “beneficios” de la hidroxicloroquina.
Buscando el consenso de sus pares, Raoult encontró en un personaje fuera del ámbito científico, el mayor apoyo para la utilización de la droga: el presidente estadounidense Donald Trump, que comenzó a elogiar los efectos de la hidroxicloroquina al punto tal que comenzó a tomarla en forma preventiva, sin padecer la enfermedad por el nuevo coronavirus.
Trump tomó durante dos semanas hidroxicloroquina con zinc y vitamina D, después de que dos miembros del personal de la Casa Blanca dieran positivo al COVID-19 en los exámenes, y el presidente no presentó efectos colaterales, de acuerdo con los resultados de su más reciente examen físico difundidos por su médico. Igualmente, las autoridades federales han advertido que no hay que usar la hidroxicloroquina salvo en hospitales y estudios formales debido al riesgo de los efectos colaterales, en especial arritmias.
En fin, es probable que en el afán de superar esta pandemia muchas más sean las sustancias o métodos que se ensayen, pero lo ideal es atenerse a pruebas científicas comprobadas antes del uso de cualquier medicamento o fórmula, y sobre todo que resulte prescrita por un profesional médico evitando experimentaciones y sobre todo automedicación.
*I, NA