Un autor argentino abrevió la trama de la célebre novela que transcurre, de la mañana a la noche, un 16 de junio en Dublín; las celebraciones locales y el Festival Bloomsday en la capital irlandesa
Por Daniel Gigena*
Como ocurre desde 1954, cuando se estableció el Bloomsday, es decir, el día en que se recuerda la llegada al mundo del protagonista de Ulises, Leopold Bloom, este año también hubo celebraciones. La novela de James Joyce (1882-1941) transcurre en Dublín a lo largo de un día: el 16 de junio de 1904. Para ese entonces (y para siempre en la historia de la literatura) Bloom tiene 38 años, está casado con Molly y es padre de una hija, Milly (el segundo hijo de la pareja vive apenas unos días). Basada en la Odisea de Homero, Ulises adopta como título el nombre griego del héroe homérico.
Es una de las novelas más comentadas del mundo, incluso por aquellos que no la han leído (tal vez debido a su extensión: la mayoría de las ediciones tiene entre ochocientas y mil páginas). Atento a este detalle inconveniente (opinar acerca un libro que no se ha leído) el escritor Marcelo Zabaloy -traductor de la versión del Ulises que publicó El Cuenco de Plata– escribió El Ulises de Joyce en 24′ 30′‘ (HC Editores), con ilustraciones de Mariano Lucano. En esta versión abreviada del clásico joyceano se estima además el tiempo de lectura que demanda cada capítulo. El personaje de Leopold hace su entrada en la novela en el episodio 4, “Calipso”.
“Un lector porteño, el arquetipo del Lector Perezoso que quiere estar al tanto de todo y no quiere quedar excluido de las conversaciones entre los lectores supuestamente menos perezosos que él, puede empezar a leer este libro en el tren o el colectivo, por ejemplo, tomar el 152 en México y Paseo Colón y descender en Puente Saavedra, con el libro completamente leído, de pe a pa -recomienda Zabaloy en la introducción-. La dama o el caballero, o el ser humano del género que fuese, habrá sabido después de veinticuatro minutos y treinta segundos de lectura ininterrumpida, quiénes son, qué hacen o qué hicieron, o incluso qué quisieron hacer ese 16 de junio de 1904 en Dublín los personajes centrales de la novela: los célebres Leopold Bloom, su esposa, la procaz Molly y el joven y pedante Stephen Dedalus”.
Sin embargo, no hay por qué avergonzarse. El mismísimo Jorge Luis Borges, que dio conferencias y escribió sobre Joyce y Ulises, no había leído toda la novela. “Confieso no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran, confieso haberlo practicado solamente a retazos y sin embargo sé lo que es, con esa aventurera y legítima certidumbre que hay en nosotros, al afirmar nuestro conocimiento de la ciudad, sin adjudicarnos por ello la intimidad de cuantas calles incluye”. Y agregó algo que en verdad se puede decir de cualquier obra maestra: “Más que la obra de un solo hombre, el Ulises parece la labor de muchas generaciones”.
La novela tuvo detractores y defensores célebres que sí la leyeron de principio a fin (Umberto Eco, Edmund Wilson, Virginia Woolf, Vladimir Nabokov, Enrique Vila-Matas, Carlos Gamerro). Algunos críticos dictaminaron que Leopold es el álter ego del Joyce maduro y su protegido, Stephen Dedalus, el del joven Joyce; otros, que ambos son prototipos de cierta masculinidad en Occidente. Para Joyce, “la gran comedia humana” ofrecería siempre terreno fértil a los artistas de todas las épocas.
Seis episodios con Leopold Bloom
Los episodios de Ulises, publicada en 1922, se titulan en referencia a distintos cantos de la Odisea. Los fragmentos que se comparten pertenecen a la versión de Marcelo Zabaloy publicada por El Cuenco de Plata, que ya va por su tercera edición.
Capítulo 4. Leopold Bloom va a hacer un mandado y se excita con una joven de buena figura.
“El chanchero pellizcó dos hojas de la pila, le envolvió las salchichas de primera e hizo una roja mueca.
–Aquí tiene, señorita –dijo.
Sonriendo descaradamente, le tendió una moneda exhibiendo su muñeca regordeta.
–Gracias, señorita. Y un chelín y tres peniques de vuelto. ¿Qué le doy, señor?
Mr. Bloom señaló rápidamente. Para alcanzarla y caminar detrás de ella si andaba despacio, detrás de sus jamones bamboleantes. Agradable, como primera visión de la mañana. Apúrate, maldito seas. La ocasión, el fierro, machacar caliente…”.
Capítulo 5. Bloom sale de su casa vestido de luto; al mediodía tiene que ir al funeral de Paddy Dignam y en el camino se encuentra con un tipo al que no quiere ni ver.
“‘M’Coy. Líbrate de él rápidamente. Me va a desviar del camino. Odio la compañía cuando uno.
–Hola, Bloom. ¿Hacia dónde va?
–Hola, M’Coy. A ningún lugar en especial.
–¿Cómo anda esa salud?
–Bien. ¿Y qué tal usted?
–Tirando, para no aflojar –dijo M’Coy.
Con los ojos fijos en la corbata y las ropas oscuras preguntó en voz baja:
–¿Hay algún…? Ningún problema, espero. Veo que está…
–Oh, no –dijo Mr. Bloom–. El pobre Dignam, sabe. El funeral es hoy”.
Capítulo 6. Bloom está parado junto a la fosa en el entierro de su amigo y piensa en la muerte.
“Tu corazón tal vez pero ¿qué le importa al pobre tipo metido dos metros bajo tierra mirando crecer las raíces de las margaritas? No lo conmueve. La sede de los afectos. Corazón destrozado. Una bomba después de todo, bombeando centenares de litros de sangre por día. Un buen día se atasca: y ahí estás. Montones de ellos yaciendo por aquí: pulmones, corazones, hígados. Viejas bombas oxidadas: un punto, eso es todo. La resurrección y la vida. Cuando estás muerto estás muerto. Esa idea del juicio final. Llamando a todos en sus tumbas para despertarlos…”.
Capítulo 7. Bloom va al diario donde trabaja como freelance, vendiendo avisos publicitarios. Habla con el editor.
“–¿Puede decirle que me bese el culo? –dijo Myles Crawford agitando el brazo para enfatizar–. Dígaselo así como suena.
…
–Que bese mi real culo irlandés –gritó bien fuerte Myles Crawford por encima del hombro–. Cuando quiera, dígaselo.
Mientras Mr. Bloom evaluaba el asunto y estaba a punto de sonreír, el editor se alejó con paso de autómata”.
Capítulo 12. Bloom va a un pub y se trenza en una discusión con un energúmeno nacionalista, antisemita y xenófobo.
“–Mendelssohn era judío y Karl Marx y Mercadante y Spinoza. Y el Salvador era judío y su padre era judío. Vuestro Dios.
–Él no tenía padre –dice Martin–. Suficiente. En marcha.
–¿El Dios de quién? –dice el ciudadano.
–Bueno, su tío era judío –dice–. El Dios de ustedes era judío. Cristo era un judío como yo.
Qué lo parió, el ciudadano se zambulló de nuevo en el bar.
–Por Dios –dice–, le voy a reventar la cabeza a ese maldito judío por invocar su santo nombre en vano. Por Dios que lo voy a crucificar, lo juro. Alcánzame esa lata de bizcochos”.
Capítulo 17.Bloom reflexiona sobre las mujeres.
“¿Qué afinidades especiales le parecía que existían entre la luna y la mujer? Su antigüedad en preceder y sobrevivir sucesivas generaciones telúricas; su predominio nocturno; su dependencia satelital; su reflexión luminar; su constancia en todas las fases, saliendo y poniéndose en los horarios establecidos, creciendo y menguando; la obligada invariabilidad de su aspecto; su respuesta indeterminada a una interrogación no afirmativa; su influjo sobre las aguas afluentes y refluentes; su poder de enamorar, de mortificar, de revestir de belleza, de enloquecer, de incitar y de ayudar a la delincuencia; la tranquila impenetrabilidad de su rostro; lo terrible de su aislada dominante implacable resplandeciente propincuidad; sus presagios de tempestad y de calma; el estímulo de su luz, su movimiento y su presencia; la admonición de sus cráteres, sus mares áridos, su silencio; su esplendor, cuando es visible; su atracción, cuando es invisible”.