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14 marzo, 2022

Claves políticas de la semana en versión ‘ellas’: Elisa, Cristina y Patricia

Para la líder de la CC, Elisa Carrió, la ex presidente Cristina FK “es Putin”. La titular del PRO, Patricia Bullrich criticada por sus relatos a la prensa.

 

Por Ignacio Zuleta

 

“El liderazgo se cumple, no se ostenta” (volvió Carrió)

 

“Doscientos dos votos son muy buenos para el futuro del país. No al oportunismo y sí a la República. Ser oportunista es un gesto de corrupción y la corrupción es degradar las formas del pensamiento». Es lo más que se permitió decir Elisa Carrió este domingo, apenas puso un pie en país para celebrar, por lo bajo, el triunfo de su estrategia para aprobar el acuerdo con el FMI.

«¿Te imaginás lo que se jugaba aquí? Si había default, ganaba Cristina, y Cristina es Putin. Hay que tener dimensión de lo podía ocurrir si íbamos al default». No da muchas explicaciones de cómo logró arrastrar a todos, oficialismo y oposición, a su estrategia de desenlatar el enlatado de aprobación de la refinanciación de la deuda más un plan de gobierno.

«Hablé con todos los que tenía que hablar», dice con misterio. «Acá hubo una idea, una decisión y una ejecución a cargo de la Coalición». Agrega: «Se lidera por la posición o por el número. Siempre he liderado por posición y sin el número, y así he sacado leyes muy difíciles.” ¿Liderazgo? «El liderazgo se cumple, no se ostenta».

Y baja a terrenalidades como el viaje que emprende al NE del país, a recorrer Chaco, Misiones y Formosa, en donde radican colonias de inmigrantes de Ucrania. Se aferra a doctrinas clásicas. “Ante los conflictos internacionales, hay que estar siempre del lado de las democracias, decía Marcelo T. de Alvear. El partido le votaba la neutralidad, pero él dijo: ‘Si hay un solo nazi en el partido, él o yo estamos de más aquí’ en el discurso de apertura de la Convención como Presidente del Comité Nacional, 29 de mayo de 1939. Eso vale hoy para el conflicto en Rusia”.

 

Le torció el brazo al PRO

No hay nada más agraviante para el Gobierno que, pasados dos años de su asunción, el no peronismo siga en control de la situación, les gane las elecciones, no se divida y encima inspire sus acciones en la figura de Carrió. Su bloque torció, siendo minoría, la tendencia del PRO hacia la abstención.

Se vio el domingo anterior en la sesión de la Mesa Nacional. Patricia Bullrich dijo que había estado en el Obelisco en el acto anti-Putin hablando con la gente de la Coalición de la abstención y que en esa charla había coincidencias con Horacio Rodríguez Larreta.

Juan Manuel López y Maxi Ferraro saltaron en sus sillas. No han entendido. Nosotros estamos con el proyecto que presentamos, desdoblar deuda y plan, no nos corremos de ahí. Se arriesga el voto en el Senado, en donde la abstención no forma quórum. Agregaron que los tres objetivos que quería Larreta era imposible reunirlos en una sola decisión:

1) Evitar el default.
2) Mantener unidos a Juntos por el Cambio.
3) Estar lo más lejos posible del Gobierno.

Patricia enfundó porque ya Macri, al abrirse esa reunión, había admitido una aprobación si se desdoblaba el proyecto. También sabía que le quitaban los considerandos en donde se lo incrimina judicialmente por haber tomado esa deuda. Miguel Pichetto le puso el broche con el argumento de que Cambiemos no podía ser el responsable del default.

Bullrich salió de las pantallas y al rato Maxi Ferraro se exaltó: no puedo creer lo que veo, nosotros acá y Patricia en un canal de TV explicando lo que estamos hablando aquí. Había hecho la gran Néstor: Kirchner, cuando era chico, solía salir de las reuniones de gobernadores antes de los demás para contarle a la prensa lo que se había hablado.

 

 

Artífices I

 

Mario Negri, el otro artífice del acuerdo condujo el debate hacia la posición que llevaron al Congreso. Gerardo Morales ya había hablado con Alberto Fernández por teléfono el viernes y éste había entendido que Cambiemos no se dividía. Lo inspiró el acercamiento que tuvo de Roberto Lavagna, cuyo alfil, el Topo Rodríguez, fue coautor de alguno de los borradores del entendimiento en el despacho de Sergio Massa.

De paso, no olvidar que en 2007 Lavagna y Morales integraron una fórmula presidencial. Eso no se olvida e imprime carácter. Negri, que actuó como jefe de la oposición -pese a que sus socios le niegan la precedencia como titular del Interbloque- fue el responsable de tejer el primer borrador del proyecto, que navegó por todas las mesas del oficialismo y la oposición durante una semana hacia su destino inevitable de aprobación.

 

 

Artífices II

 

Hay que atender a la relación entre estos dos espadones de la oposición. Pichetto, que el jueves presentó la fundación Encuentro, que le dará nombre al partido del peronismo Republicano, lo felicitó a Negri en la madrugada del viernes, por el discurso de cierre del debate (que hasta la noche del domingo llevaba ya cerca de 250 mil vistas en la suma de las redes, sin tener contabilizados los reenvíos). También le reconoció el esfuerzo de haber mantenido la unidad del voto de la oposición.

«He hecho ese trabajo muchos años, sé lo que cuesta y sé reconocer cuando se hace bien». Tiene dudas sin resolver: una, por qué el radicalismo no empodera a Negri para reconocer el cargo que ejerce de facto como jefe del interbloque; otra, las razones del voto negativo de Ricardo López Murphy. No puede creer que tema la competencia de Javier Milei o José Luis Espert por el voto liberista. Difícil saberlo porque en estas horas el bull dog quedó aislado por presunción de Covid. También al dictamen de Macri a solas: “El hombre es Laspina”, Luciano.

 

 

Un final de digestión lenta

 

No es fácil para el Gobierno tolerar que haya debido retirar todas las acusaciones hacia la «herencia recibida» y termine honrando la continuidad jurídica con la administración Macri. Ha sido, hasta ahora, un error estratégico alzar la bandera contra la deuda con el FMI como el símbolo principal de su gobierno. Fue con el solo propósito de:

1) Dividir a Cambiemos.
2) Pulverizar la figura política de Macri.
Hoy es una bandera polvorienta y arrastrada por el carro vencedor de la oposición. Para el consuelo: el Gobierno que asumió en 2019 gobernó ya más de dos años en default -o sea pagando las cuentas con el dinero del acreedor- y con la agenda de ajuste del déficit heredada del gobierno de Macri. No había otro plan. El sueño del pibe.

Nunca se amaron, se sabía

Nunca se amaron, ahora sólo lo confirman. Nunca fue cierto que Cristina, Alberto y Massa se hubieran reconciliado como para rehacer su vida. Fue una ilusión de los mirones, que pensaron que los senderos ya no se bifurcarían. El cisma del peronismo había arrastrado una década de derrotas electorales. Los dos años de gobierno produjeron una profundización de la división de una fuerza que suspendió hostilidades por un instante en 2019.

Valió la pena porque les permitió recuperar el poder. Pero las divisiones no eran de estilo, como presumen observadores superficiales. Son de fondo y hunden sus raíces en la última crisis de esa fuerza, que ocurrió en el filo del nuevo milenio, cuando perimió el liderazgo de Carlos Menem.

 

Representar vs. arrastrar

 

En el trasfondo de esta historia se han enfrentado dos maneras de hacer política. Por un lado, quienes buscan representar a un electorado, sus valores e intereses. Por el otro, los que intentan arrastrar al público hacia sus consignas. La eficacia en la representación de los sectores medios y moderados de los distritos más grandes es la base de Cambiemos y el resultado es haber podido sostener el 40/42% de los votos, y creciendo, desde 2015. Aun pese a su gestión de gobierno que le hizo perder en 2019.

El mecanismo es sostener el debate sobre valores -la República- y los intereses de sus votantes -la baja de impuestos-. Con eso le basta para ser la opción ganadora en la categoría presidencial en 5 de los 7 distritos más grandes de la Argentina.

 

La crisis de la «vanguardia iluminada»

 

El peronismo, en cambio, insiste en el intento de hacer política arrastrando al electorado detrás de banderas de antaño. Como la del rechazo al FMI, que pudo ser eficaz en los años ’70 pero que hoy le dice poco al gran pueblo argentino, que no sabe qué es, en qué consiste el acuerdo -o el desacuerdo-. Es sólo un emblema para expertos y de la clase alta, a la que además le cuesta menos digerirlo.

Al peronismo no le sirvió:

1) Para conservar la unidad.
2) Para ganar las elecciones del 14-N y retener mayorías en las cámaras.
3) Ni para convencer hacia adentro del Congreso.
4) Tampoco para dividir a la oposición, ni para llevarlo a Macri a los tribunales.

La insistencia en mostrarse como una vanguardia iluminada con sus consignas de campaña obtura el debate y justifica el unicato. Es la marca del peronismo del AMBA, que elude metodologías que sí les sirvieron a Cambiemos en 2021. «Si el peronismo no va hacia unas PASO en la que fluyan las opciones, vamos a una derrota segura», dice el diagnóstico de un coronel de los federales como Jorge Capitanich.

Hasta ahora, prolonga la serie de derrotas porque pierde el tiempo en detalles de marketing, quién ocupa la calle, qué quieren decir estos o aquellos tuits, cruzan mensajes y posteos de Facebook. Fruslerías que suponen que el pueblo no sabe y hay que explicarle mentiras colectivas. El público es más talentoso que esa dirigencia distraída. Y nunca se equivoca.

 

 

Cristina: facturas al cobro

 

Trasladamos a los personajes en el retablo del Senado. El tratamiento del acuerdo con el FMI puede certificar el último recuento de fuerzas después de las elecciones del 14 de noviembre. En esa fecha el peronismo perdió el quórum en el Senado. La factura la paga Cristina, dueña del PJ de Buenos Aires -sede de la derrota más contundente de esas elecciones- y capitana del Senado, la cámara donde ha tenido las bajas más notales el oficialismo.

A mediodía de este lunes, el bloque del Frente de Todos se reúne antes de recibir a la cúpula del Gobierno. Es para marcar en el escenario la coreografía de un final anticipado. El ala cristinista eludirá el voto positivo -sumará negativos, abstenciones y ausencias-. El ala «federal», ligada a los gobernadores y a Olivos, asegurará la veintena de “afirmativos” que, sumados a los de la oposición, permitirán que haya ley.

Cristina paga, aunque el rol la saca de las fotos inconvenientes. No estará en la de la firma del acuerdo ni tampoco del lado del default. Se lo permite el silencio como vicepresidente. No vota, y sólo le quedan los recursos de la gestualidad, exuberante cuando envía mensajes de rostro hacia las cámaras.

Nada en ella es misterioso, salvo para qué clientela trabaja

Ese silencio también la compromete: nadie esperaba que ella hable, pero sí que condujese al Senado en beneficio del interés, ahora trizado, del Gobierno al que pertenece. No sólo desaíra a la trifecta que integra con Alberto y Massa. Tampoco pudo hacer ganar al PJ de Buenos Aires ni mantener la mayoría que habían logrado en 2019. Se explica que la arrincone el futuro, que para ella tiene, por ahora, el mismo de destino de 2017: volver a ser senadora, siquiera por la minoría, si los vaticinios de derrota para el peronismo se cumplen en las próximas elecciones.

Nada en ella es misterioso, como presumen los analistas que tienen la fascinación tumbera sobre su personalidad. Es bien trasparente y hay que medirla por los resultados. Ni es una estratega clarividente, ni tiene la mano mágica para que todo le salga bien. Lo que nunca sabe es para qué clientela trabaja, porque sus decisiones le restan prestigio y eficiencia.

Actuó con la misma ambigüedad en 2018 con el primer proyecto de despenalización del aborto. Aquella vez votaba, no como ahora, que es vice. Se inclinó por los verdes, pero se aseguró de que el Senado rechazase el proyecto. Quedó bien con la chic@s y con el Vaticano. Pero ni con eso pudo ser candidata a presidente en 2019.

 

*NA/EC