7 abril, 2022
El registro servirá de base para monitorear el aumento de esos organismos, la aparición de nuevos y si comienzan a presentarse en distintas zonas o especies.
Científicos del Instituto Antártico Argentino (IAA) investigan la incidencia de distintos tipos de parásitos en las poblaciones de aves antárticas y la posibilidad de que los aumentos de temperaturas registrados en los últimos años faciliten la exposición de esas especies a parásitos de otras latitudes.
La Argentina, junto a otros países, desarrolló a lo largo de la última década un registro de todos los parásitos presentes en las aves antárticas. Su propósito: servir de base para monitorear el aumento de esos organismos, la aparición de nuevos y si comienzan a presentarse en distintas zonas o especies de aves.
El licenciado en Biología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) e investigador del departamento de Ecofisiología y Ecotoxicología del IAA, Bruno Fusaro, afirmó en diálogo con Télam que «los parásitos viven a expensas de otros animales y si un animal tiene muchos parásitos que le quitan energía o alimento sufre muchas más posibilidades de enfermarse, de debilitarse al punto de ser presa fácil para sus predadores o de limitar sus posibilidades de reproducirse, lo que incluso podría afectar determinada población de una especie».
Y agregó: «Nosotros empezamos investigando pingüinos pero ahora también estamos haciendo monitoreos similares en las aves voladoras de la Antártida».
Fusaro sostuvo que «hay un consenso en la comunidad científica respecto de que el aumento de temperatura nos pone frente a un escenario que puede ser cada vez más crítico».
«En ese sentido -añadió-, la pregunta que nosotros nos hacemos es si esas variaciones climáticas pueden facilitar la llegada de parásitos que hasta ahora no estaban presentes en la Antártida y cómo podría afectar eso a las aves».
«Los primeros naturalistas que llegaron a la Antártida a finales del siglo XIX ya registraban algunos parásitos en los pingüinos, pero no sabemos si los que no registraron fue porque no estaban ahí o porque no los observaron porque no los estaban buscando; la parasitología en la Antártida es algo relativamente nuevo y por eso la Argentina forma parte de un esfuerzo conjunto con países como España, Brasil o Australia para consolidar una base de datos sobre la presencia de parásitos que sirva de parámetro para evaluar la evolución de la presencia de estas formas de vida en las aves antárticas», indicó el científico.
«El aumento de temperatura nos pone frente a un escenario que puede ser cada vez más crítico»Bruno Fusaro, licenciado en Biología de la UNLP
Fusaro ejemplificó: «En aves de la Antártida encontramos parásitos que están presentes en aves migratorias que también se encuentran en otros momentos del año en Puerto Madryn o en el sur de España, pero para sacar conclusiones hay que ver si se agarraron esos parásitos estando en la Antártida o más al norte, por eso este tipo de estudio necesita de muchos años de desarrollo«.
«Todo nuestro trabajo de campo se lleva adelante entre los meses de septiembre y marzo que es cuando el hielo se retira de las playas y llegan las poblaciones de aves y mamíferos para reproducirse; en esos meses recorremos las costas alrededor de las bases argentinas recogiendo animales muertos y muestras para analizar en laboratorio», detalló.
En ese sentido, contó que «este verano se recogió una gran cantidad de muestras pero cada una de ellas requiere de un tiempo para ser procesadas, los animales muertos son revisados por afuera en la playa en la que se encuentran para buscar garrapatas o piojos, pero después se abren y sus órganos van a laboratorio; también se toman muestras de sangre de animales vivos y se recogen muestras de material fecal en las cuáles se buscan huevos de parásitos gastrointestinales que después tienen que ser procesados para poder ser identificados».
Fusaro aclaró que «muchas veces registramos indicios del impacto de parásitos en determinadas poblaciones, pero para sacar conclusiones es necesaria más información; por ejemplo, hubo una temporada en la que registramos en los pingüinos un virus que provocaba que los pichones perdiesen plumaje, lo que aumentaba su mortalidad, pero no podemos hacer suposiciones sin comprobar que parásito fue el que les transmitió ese virus; del mismo modo es difícil estimar la incidencia de los parásitos en las aves antárticas sin considerar que también están expuestas al cambio climático o a tener que ir más lejos en búsqueda de alimento o a acceder a menos alimento».
«Los parásitos con un objeto de estudio muy interesante por la complejidad de su ciclo vital que se puede considerar coevolutivo; un parásito que vive dentro de un pingüino pone huevos que salen del ave en su materia fecal, esos huevos deben llegar al mar para ser ingeridos por un crustáceo en el que se van a convertir en larvas, ese crustáceo debe ser comido por un pez para que dentro del pez pase a un segundo estadío larvario, y ese pez debe ser comido por un pingüino para que el parásito llegue a adulto y ponga huevos para reiniciar el ciclo. Por eso estudiar a los parásitos facilita la comprensión del estado de un ecosistema«, completó Fusaro.