14 abril, 2021
SEMBLANZA
Por Marisa Rauta
La partida ‘atropellada’ de nuestro colega y amigo Carlos Hughes, periodista de olfato y de ejercicio, de esos que se labraron en el yunque de la prensa escrita de la ‘vieja escuela’, conmocionó al Valle y silenció razones. Tal vez porque el contexto de incertidumbre por la pandemia desestima otros peligros mortales que están a la vuelta de la esquina y amplía el factor sorpresa en estos casos.
El largo lamento post accidente donde «El Galenso» fue superado por la fatalidad mientras los romerillos y las melosas destilaban otoño, no tiene fin.
Es probable que vayamos entendiendo ‘tarde y mal’ algo de esto de la finitud y del corto trote que es la vida, con pérdidas tan repentinas como inentendibles, que van poniendo en jaque nuestro propio sentido de existencia y malogrando nuestro sistema de creencias y valores a costa de golpes bajos.
‘La muerte y otras sorpresas’…diría Benedetti, como título síntesis de esas dos caras de la moneda que aprieta los ‘yoes’, donde para hablar de la muerte primero hay que hablar de la vida. Y donde en el trance de ser, la identidad paradójica también es lenta muerte que coagula la sorpresa, un territorio casi siempre de pérdida.
‘Carlitos’ fue un hombre de palabra que vivió del decir y del hacer. Un ‘buen tipo’ que enfiló por más de medio siglo por el sendero de la simpleza y las creencias, de la austeridad y los afectos, del esfuerzo y la constancia. Cálido, como el sol del mediodía que evaporó ayer lágrimas e ilusiones a la vera de una acequia, y contorneó el abrazo interminable que parte de esta comunidad le hizo llegar a sus seres queridos.
De repente, debimos dar la peor de la noticias. Como dice Paul De Man «la muerte es un nombre que damos a un apuro lingüístico», nos situamos frente a una palabra que nombra, fundadora, y lo hace vinculando la expresión de la urgencia del lenguaje, con su propio ahogo, con su atolladero. Lágrima profesional podría decirse, que es nombrar a la innombrable.
Ayer muchos quedamos así, silenciosamente y mal sorprendidos otra vez por una despedida sin guion ni relato, por esto de que la urgencia y el agobio del lenguaje parecen ser la identidad «sorprendente» de la muerte. Inventa un «apuro lingüístico», exige puntuar lo indecible y ya…
Todo eso para decir ‘tristeza’ y ‘adiós’, Galenso.