17 octubre, 2023
Por Ignacio Zuleta*
La candidata de Juntos sorprendió al nominar a Rodríguez Larreta para su eventual gobierno. Massa apuesta al aporte del peronismo del Norte y el conurbano bonaerense.
La historia no se repite, pero inspira. El 27 de abril de 2003 se elegía presidente. Pocos días antes, el 16 de abril, Néstor Kirchner apareció en el programa «A dos voces» y anunció que, si ganaba, Roberto Lavagna seguiría siendo ministro de Economía -lo era de Duhalde desde un año antes-. Se parece mucho al gesto de Juntos por el Cambio de anunciar a Horacio Rodríguez Larreta como eventual jefe de gabinete de Patricia Bullrich, en caso de ganar la Presidencia.
En los días del duelo por la derrota del 13 de agosto, Larreta decía: “Ya nos van a necesitar». Nunca creyó que ocurriría tan pronto. Llamaba a su gente a la calma. Ha ganado la polarización extrema. Lo que yo represento perdió, pero cuando pase este momento, ya nos van a necesitar de nuevo y nos van a llamar. De nuevo es candidato.
El trámite no fue fácil. Mauricio Macri dirá que le aconsejó a Patricia subir a los perdedores de las PASO a la campaña. Nunca dijo lo contrario. También hay condiciones. Larreta, en una reunión de dos horas del jueves pasado en la casa de Patricia, acordó que si es jefe de gabinete ejercerá el cargo en plenitud. Lo que dice la Constitución, es decir, que será el jefe de la administración.
El cargo de jefe de gabinete no se ha ejercido en plenitud desde su creación – si lo hicieron Eduardo Bauzá y Jorge Rodríguez con Carlos Menem-. En otros gobiernos el jefe de gabinete debió competir con los presidentes y otros ministros. Eso explica que Patricia, el viernes, antes de la foto del Botánico, le dijera a su gente: la jefa voy a seguir siendo yo. No sabe en lo que se ha metido.
Este domingo se conoció la muerte de la actriz Suzanne Somers, que dijo una vez sobre su reclamo de mejor paga: «He estado interpretando a la que creo que es una de las mejores rubias tontas que jamás se hayan hecho, pero nunca recibí ningún crédito. Lo hice tan bien que todos pensaron que realmente era una rubia tonta». Le cabe a Larreta la misma reflexión.
Larreta aporta los 16 años de gestión en la CABA, donde gobernó con Macri y produjeron una revolución política en el distrito que el voto premió siempre. El diferencial que trae es importante. Larreta es un hombre del poder, como lo son Milei y Massa. Patricia, ante ellos, es una aspirante que dice que tiene convicción y personalidad, atributos que, más o menos, tenemos todos los animalitos de Dios. Es, además, un pacman que no dejará pasar una. Y que tiene derecho a las retaliaciones.
Lo primero que hizo, apenas confirmó la aceptación, fue hablar con todos los socios radicales. De Morales a Lousteau, pasando por Cornejo, Pullaro, Valdés, Posse, Negri. etc. No fue fácil el trámite, que se venía negociando desde hace semanas. Debió ocurrir, quizás, la noche de las PASO y se hubieran ahorrado el deterioro de una campaña inorgánica.
Macri se enteró en el paseo con Patricia por Pergamino y Junín. También pergeña un boceto de equipo. Larreta jefe de gabinete, Melconian a Economía, Sebastián García de Luca a Interior, Miguel Pichetto a Defensa -el jueves tuvo una reunión con miembros de la familia militar en Bellavista, a la que asistió Aldo Rico, un emblema de ese padrón-. Cristian Ritondo ya negoció con Patricia que, si ganan, será presidente de la Cámara de Diputados. Pero falta tanto.
Tampoco fue fácil aquel antecedente de Lavagna con Kirchner hace 20 años, en otra elección de tres tercios. Scioli había mencionado esa posibilidad, seguramente después de alguna consulta con Eduardo Duhalde, el mentor de aquella fórmula. A Néstor no le gustó nada, y se resistió. Scioli se ocupó de convencerlo hasta que se anunció.
El argumento era que la diferencia con la fórmula Menem-Juan Carlos Romero era muy grande y que Lavagna era saludado por muchos como el hombre que había recuperado la economía hundida en 2001. Sin Scioli ni Lavagna, Néstor sacaría 4 puntos. Igual perdieron las elecciones por 2,2 % de los votos. Se hicieron con el poder cuando Menem resignó competir en la segunda vuelta.
Se cumplía la misma ley que desmotivó a los gobernadores a enfrentar a Milei el 13 de agosto. Los gobernadores nunca juegan dos veces. Si ganan, como ganaron sus cargos en 2003 y en 2023, no les dan nunca una segunda chance a quienes perdieron -el síndrome Boric, que ganó en Chile y al mes se incineró en una consulta por la Constitución-. Si ganaste, cerrá y tirá la llave. No entra nadie más. Los que ganaron el 27 de abril de 2003, no iban a arriesgarse a perder en un balotaje con Kirchner el 27 de mayo. Ahora, los que ganaron sus gobernaciones esperan su turno el 22 de octubre.
La comarca salvaje de la economía trasmite la idea de que la Argentina está sobre un polvorín a punto de estallar y que la solución del país está en la reforma económica. En eso coinciden cuatro de los cinco candidatos. Detenerse un instante a mirar esas coincidencias ayuda a tranquilizar los ánimos.
Salvo Myriam Bregman -y hasta las PASO, Juan Grabois-, Sergio Massa, Patricia Bullrich, Javier Milei y Juan Schiaretti coindicen en lo básico.
Hablan con los mismos economistas, firman comunicados contra la barbarie de Hamas en Israel, hasta han firmado un documento sobre la forma de certificar compras en tickets y facturas. Rezan con unción el credo laico de la teología de mercado. Creen en la unificación del tipo de cambio, algún juguete bimonetario, la baja del déficit, de la inflación, la reducción de los subsidios, el acuerdo con los multilaterales y la apertura de la economía, el sinceramiento de las tarifas y las mejores relaciones con Estados Unidos -pero también con China, quieren estar en el G-20 y también en los BRICS-.
Estas coincidencias explican que la disputa para el 22 de octubre sea en torno a estilos personales y con el acento que las campañas sucias ponen en la virtud (o la falta de) ajena: videos de yates, de turbios cajeros automáticos, filtraciones canallas de conversaciones indiscretas de ferrocarril de corta distancia, acusaciones de casta, de usar léxico canyengue y reproches de insinceridad en las relaciones entre los competidores.
El control de la virtud ajena se impone cuando las diferencias ideológicas y metodológicas son mínimas. Lo describe bien el italiano Alessandro Pizzorno, experto en la teoría de la “elección racional” (Il potere dei giudici: Stato democratico e controllo della virtù, Roma-Bari, Laterza, 1998). Las diferencias de estilo, en política, son triviales, aunque sirvan para construir audiencia y mejorar el rating.
Que los candidatos coincidan en la misma agenda, expresa que esa es la agenda de la sociedad. Es la que votó en 2015 y en 2019, y que ahora vuelve a unificar a los candidatos. Eso es lo contrario al caos. No hay contradicción de fondo en esta coyuntura de la Argentina, aunque los ladradores de la prime time digan que el domingo que viene se juega el destino universal.
Contradicción hay entre izquierdas y derechas en Chile, Bolivia, Brasil, Uruguay, Perú, Venezuela, México, Estados Unidos, España, etc. Es para celebrar que ocurra este alineamiento de los candidatos detrás del público al que presumen representar. La política no es un negocios de vanguardias iluminadas ni de flautistas de Hamelin. Es un negocio de representación.
La coincidencia en la agenda debería moderar los ánimos exaltados por la presión de los indicadores enloquecidos de la economía, que reflejan una crisis política más que un trasfondo económico. Dramático si dos de los tres candidatos competitivos dicen ser expertos en economía (Milei, un profesor de motosierra, si no de cachiporra, y Massa, que, si no lo fuera, no debería ser ministro de Economía. Por lo menos es experto en platas, propias y ajenas).
El último informe de la consultora Equilibra, que conducen Diego Bossio y Martín Rapetti, ofrece un interesante ejercicio que prueba que el peso de la política está por encima de la economía. «Cuando se observa una serie del tipo de cambio desde 2001 a precios constantes de hoy, se puede notar que el tipo de cambio de equilibrio de largo plazo se sitúa alrededor de los 375/400 pesos, lo cual no difiere significativamente del tipo de cambio oficial.
Si analizamos el tipo de cambio al finalizar la convertibilidad, expresado en valores actuales, equivale aproximadamente a 785 pesos. Durante los primeros años del gobierno de los Kirchner, el tipo de cambio promedio, en términos de hoy, fue cercano a los 600 pesos. Esto permitió al gobierno de Néstor Kirchner acumular reservas en el Banco Central. El valor de 1000 pesos en el tipo de cambio paralelo es muy elevado y refleja una fuerte desconfianza en el gobierno, principalmente en su política económica. También incertidumbre con respecto a lo que viene». Es la política, tontuelo, no la economía.
El signo de las elecciones del domingo es la incertidumbre de los observadores, que les impide ejercer su magisterio de interpretar y, si pudiesen, predecir por lo menos las tendencias. El público ya dejó sentada su voluntad. Clavó a las fórmulas competitivas en el tripe empate del 13 de agosto.
Desconcierta más a los opinadores que ese empate se contradice con las grandes diferencias de las evaluaciones cualitativas, las que hablan de la confianza o en la desconfianza en el futuro y la capacidad de los postulantes para afrontar ese futuro. Esclavos de la sensibilidad, diría el filósofo, viven en la caverna. Sólo hablan y opinan de lo que se ve. Y en política, como en la vida, lo esencial es invisible a los ojos. Importa lo que no se ve, y que no resuelven las encuestas y otras mancias adivinatorias. Por esa razón sólo venden más confusión.
La cobertura de estas elecciones carece de narración, aunque desborde de información militada. «Teclear o deslizar el dedo no son gestos narrativos», enseña el lúcido Byung-Chul Han: «Narración e información son fuerzas contrarias (…) Estamos más informados que nunca, pero andamos totalmente desorientados». Lo confiesan los opinadores de esta hora, que admiten que no saben qué va a pasar (La crisis de la narración, Herder, 2023).
La Argentina, sin contradicciones profundas en la agenda política, repite las constantes históricas del país del voto estable. El destino del peronismo, que incurrió en la audacia nefasta de poner a un candidato del AMBA, vuelve a jugar su suerte en una disputa con el peronismo del interior, que siempre frustró el sueño presidencial del peronismo metropolitano. Le impidió llegar a la presidencia a Cafiero, Duhalde, Ruckauf, Solá, Scioli, perpetuando una división de esa fuerza que sólo se quebró en 2019 con los Fernández.
El peronismo del interior quedó tan escaldado que en las PASO lo hizo perder a Massa, al desactivar la campaña en las provincias del Norte del país. El peronismo es Norte + conurbano. Massa cumplió al ganar en Buenos Aires. Pero le faltó la otra pata. La duda es si recuperará votos en distritos en donde se eligen senadores, como Formosa, donde el peronismo ganó las PASO perdiendo 25 puntos, San Juan o San Luis, donde el peronismo perdió los gobernadores. Milei ganó en 16 distritos, pero 12 pertenecen al rango de las menos pobladas. Las siete grandes -Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, CABA, Mendoza, Tucumán, Entre Ríos- suman el 72% del total de los votos del país. Las otras 17 suman apenas 28% del total.
Alguien explicará en su momento las razones de la desmotivación del peronismo para pelear las PASO en la mayoría de las provincias. Según algunos, fue un castigo a Massa para frenar el proyecto del AMBA. Según otros, un intento de frenar un pase de votos anti-Massa hacia Juntos por Cambio, abriendo la ventanilla de Milei para dividir a Cambiemos. El objetivo superior del peronismo, más que ganar, es destruir a Cambiemos. Lo sacó del poder en 2015 y sigue representando el 42% de los votos en los grandes distritos, aunque pierda como en 2019. Mientras exista, el peronismo está en peligro.
Milei sirve porque divide a JxC y exalta al peronismo que (creen ellos) es el que mejor anduvo, que fue el de Menem-Cavallo. En eso se apoya la chance de Milei. Maquiavelismo de cabotaje.
Massa hace una campaña quirúrgica en el interior. Lo subió a Daniel Scioli al avión y recorrió con él San Rafael, el sur de Mendoza, donde manda la etnia de los Félix, que piden que se termine un gasoducto que es vital para su economía y que él promete terminarlo si es presidente. Se saltó la capital mendocina, en donde Milei espera ganar de nuevo, aunque ya tiene gobernador radical, y pasaron directamente a San Juan. Los juntaron allí a Sergio Uñac -perdió la gobernación, pero es candidato a senador,- y a José Luis Gioja, que juntos hubieran podido tener chance de preservar la provincia. En ese viaje se exaltó la oportunidad del turismo del fin de semana largo. Para eso sirve la presencia de Scioli que, para el peronismo, es el inventor de las vacaciones de invierno. Toda bandera turística lleva su nombre. Acercó además a productores a quienes les abre puertas en Brasil.
Scioli acerca también electorados fronterizos al peronismo, puede sumar votos que desconfían del cristinismo extremo que produjo la candidatura de Sergio. Aporta experiencias, además, como pocos. En 2015 perdió el balotaje con Macri por poco más de dos puntos. Pero sabe por ese antecedente que un balotaje es una elección totalmente distinta a las de los turnos anteriores (PASO, primera vuelta). No crea nuevos votantes, pero reordena a las grandes familias políticas argentinas, en las que se ve representado históricamente, el 80% del electorado.
En 2015, entre primera y segunda vuelta, concentró gobernadores en Tucumán y, contra la opinión de Cristina, aportó una nueva propuesta que se acercaba a las demandas del voto que había respaldado a Macri. Los campañólogos de Scioli recuerdan que, pocos días antes de la segunda vuelta, tuvieron una reunión con el candidato y una miríada de encuestadores. Tomaría la vocería de ellos el recordado Julio Aurelio. Les dijo que según los números que tenían, Scioli estaba 10 puntos abajo de Macri para el 22 de noviembre. Hagan lo que quieran, pero esos son los números. Y el resultado final fue un estrecho 2,68%. Era otra elección.
Hay encuestas del interior que muestran, por ejemplo, un crecimiento de Juan Schiaretti -y un aumento de su prestigio personal, pero que no se transmite a los cuadros de intención de voto-. El candidato cordobés es víctima del voto útil de quienes creen que votarlo sería un gesto testimonial pero inútil para intervenir en la guerra de titanes de papel de los tres tercios.
Hay encuestas de algunos distritos, como Chaco y Formosa, en donde ganó el peronismo en las PASO, que indican un crecimiento significativo de este cuarto candidato. Duplicó su imagen positiva, tiene más positivo que negativo, pero nadie le da chance de entrar a una segunda vuelta. Sufre el drama del desconocimiento.
Hay un 25% de los consultados que no lo conocen. Un drama cordobés, le ocurrió lo mismo a José Manuel de la Sota en 2002, cuando Duhalde lo quería de presidente, después de ofrecerles la candidatura a Macri, Reutemann y a Ramón Puerta, pero registraba marcas bajas de conocimiento, y eso que había sido uno de los fundadores de la renovación peronista en los ’80. El puntero Hugo Curto lo desahució con maldad: Es sacar a pasear a un perro muerto, dictaminó.