10 enero, 2022
La investigadora María Isabel Baldasarre traza una historia visual de la moda, con las transformaciones por la fuerte inmigración europea, las tensiones sociales y la mirada hacia el Viejo Continente.
Baldasarre establece un hilvanado surgido de las imágenes de archivos variados sobre una época que definió nuevas relaciones de pertenencia de clase por los modos de vestir y donde el consumo aparece como reflejo de una moda europea con producción importada y local, al tiempo que se identifica el pasaje de una vestimenta altamente codificada a una «normalización» o estandarización de estilos y usos, a modo de mapa de una ciudad que el corte histórico del texto aborda a través de hitos como su transformación en la capital de Argentina, su paso por el centenario de 1910 y su freno con la Primera Guerra Mundial.
Basado en una extensa investigación de cuatro años realizada a partir de publicaciones periódicas como Caras y Caretas, El Mosquito, La columna hogar, Fray mocho, PBT el semanario infantil ilustrado para niños de 6 a 80 años, La Prensa, La Nación y otros, o publicidades, catálogos y revistas, fotografías, dibujos y viñetas cómicas, las imágenes pueblan un libro profuso en datos.
A partir de allí, la autora esboza prácticas del vestir en la pujante Buenos Aires de la Belle Époque a partir de un recorrido de seis capítulos que se trasladan por la geografía del consumo de la moda, las prácticas del hacer y del vestir, la cultura visual, la noción de disciplinar el cuerpo, el capricho de la moda y su relación con las celebridades del momento.
En diálogo con Télam, Baldasarre, que actualmente se desempeña como directora nacional de Museos, refiere que en esta investigación vuelve sobre la temática del «consumo cultural» a un período histórico ya investigado por ella desde el «mercado y coleccionismo del arte», y de este modo concreta su aspiración de estudiar la indumentaria, su producción, consumo y lucimiento.
«Esos años son centrales para la constitución de la Argentina moderna -afirma-, son las décadas en que la ciudad capital se transforma y adquiere mayormente la apariencia que tiene al día de hoy; hay una acumulación enorme de recursos y flujo de inmigrantes, una cultura visual que se comienza a masificar y por otra parte coincide con el surgimiento de las tiendas departamentales y con una gran profesionalización del negocio de la moda en las capitales europeas».
«Estudiar la moda en ese lapso era un tema pendiente», explica. Y agrega que «muchos de los cánones y prejuicios sobre el estar bien vestido activos hasta el presente fueron instituidos en esas décadas fundantes».
-María Isabel Baldasarre: muchos de los usos y las presunciones sobre las apariencias que rigieron gran parte del siglo XX y llegan incluso al presente, se constituyeron en el tiempo que aborda el libro, hace 110 o 150 años. Por ejemplo, cómo deben verse los hombres y las mujeres, cuál era la ropa adecuada para un/a joven o un anciano, qué era decoroso y qué significaba estar bien vestido. Asimismo, se detecta en ese momento un deseo permanente por estar a la moda y seguir las últimas tendencias que parecían siempre venir de afuera, el famoso prestigio de lo importado. En las páginas también resuenan muchas críticas, por ejemplo, a las mujeres entradas en peso, textos y textos sobre cuál debía ser un cuerpo ideal, tanto femenino como masculino, sobre los riesgos que implicaba no exhibir una indumentaria que se correspondiera con el sexo biológico. Todos esos temas, que recién en el presente empiezan a ser cuestionados, por ejemplo desde activismos como el body positive o las personas transgénero, o desde el mercado a partir de propuestas de ropa unisex o genderless (sin género), condicionaron gran parte de las prácticas culturales de los últimos cien años, y muchos de ellos todavía continúan vigentes.
-T: ¿Cómo es esa transformación del vestirse para mostrarse en el espacio público y el privado?
-MB: En el siglo XIX la silueta, eminentemente femenina pero también masculina, se constituía con una gran cantidad de prendas, que estaban altamente codificadas. Básicamente el traje femenino y masculino eran una sucesión de capas de telas, y armazones, que apuntaban a un cuerpo erguido y modelado. Era muy poco lo que se podía ver de la piel de hombres y mujeres en la vida pública. El cuello, el rostro, las manos y eventualmente algún escote en los trajes femeninos de noche. La camisa de los hombres era una prenda de ropa interior y se consideraba de mal tono exhibirse en «mangas de camisa». Lo mismo el corset femenino, si bien estaba oculto, se usaba desde muy temprana edad y para todas las actividades del día y la noche, incluso para realizar trabajos pesados o practicar ejercicio. Las vestimentas de playa también estaban muy regladas, el cuerpo, el pelo se cubrían, para revelar poco la anatomía y para evitar quemarse con el sol. La ropa doméstica también estaba sometida a reglas, desde batas o peignoirs, hasta sofisticados pijamas con aires orientalistas, estos ya reservados a los sectores pudientes. En síntesis, la ropa interior era omnipresente en tanto daba forma a la silueta, pero estaba vedada a la vista pública.
-T: ¿Qué significa hoy estar «bien vestidos»?
–MB: Creo que hoy la idea del bien vestir es más laxa y hay una reivindicación grande de los estilos personales y la libre combinación de las prendas. Sin embargo, en determinados ámbitos, los empresariales, protocolares, deportivos, persiste una gran codificación sobre lo que es correcto o no utilizar, sobre qué partes del cuerpo deben o no exhibirse. La condena sobre los cuerpos que se escapan de la norma, no solo los cuerpos gordos, sino también aquellos racializados o los que por alguna razón física o estética no entran dentro de la supuesta «normalidad» sigue vigente, y por eso encontramos también un gran cuestionamiento, por ejemplo, desde los diversos activismos del cuerpo, los feminismos y los distintos movimientos LGTBIQ+.
-T: ¿Qué pasa con esta «normalización» y la necesidad de clase de diferenciarse desde la vestimenta?
-MB: Si algo se desprende del libro es que no existió una moda específicamente argentina ni porteña, sí quizás maneras propias de usar la moda, que entonces era sancionada por las grandes capitales, fundamentalmente París y Londres. Es impresionante el efecto de homologación que lograban quiénes consumían esas prendas en lugares lejanos como Buenos Aires, a veces incluso pocas semanas después de que se instalaran como tendencia en las grandes capitales. Lo que sí fue propio son las condiciones locales en que se dieron estos consumos. Se trata de un momento de gran riqueza y transformación urbana, lo que hace que los comercios, los productos y profesionales alcancen escala masiva y que Buenos Aires se transforme en un centro de estilo también a nivel regional. Por otra parte, la porteña era una sociedad con una gran movilidad social, donde se estaban constituyendo sus capas medias al ritmo de la inmigración, la industrialización y las nuevas oportunidades laborales. Si en Europa el siglo XIX se lo considera la época de la democratización de la indumentaria, en países como la Argentina esa democratización del vestir se da en paralelo a su consolidación como estado moderno.
-T: En el libro planteás que a pesar de ser un período en que se constituyen los cánones hay algunos escapes posibles a esa rigidez coercitiva sobre los cuerpos diferentes ¿cuáles son las resonancias del pasado?
–MB: Precisamente, esa normalización que aparece, todo el tiempo, enunciada, desde el discurso médico, el policial y el higienismo pero también desde la prensa, tiene que ver con la constatación de que ese modelo de diferenciación sexo-genérica tan estricto es cada vez más poroso. Una especie de «Ladran Sancho», que da cuenta de la ansiedad social ante una redefinición de los roles tradicionales. Cada vez son más las mujeres que quieren vestirse cómodas y menos rígidas, que aspiran a tener mayor movilidad y por ende libertad en el espacio público, algunas se atreven a usar pantalón, aunque tímidamente y para realizar algunas actividades, ciertos personajes se travisten, que sea a fines teatrales o también como opción de vida, lo que resulta peligroso en tanto las nuevas elecciones en el vestir parecen habilitar el reclamo de otros derechos. Hay un caldo de cultivo interesante, que permite plantear muchos vínculos con el presente, pero que también nos demuestra que el siglo XIX no era tan encorsetado o rígido como parece a simple vista.
-T: ¿Cómo se puede leer esta perspectiva que plantea el libro desde los feminismos?
–MB: Todo el libro está atravesado por lecturas feministas que fueron, de algún modo, permeando mi acercamiento al pasado, a la luz además de la coyuntura social tan específica que atravesó la Argentina en la última década. La mirada desde los feminismos es una columna vertebral de «Bien vestidos», que piensa a la moda no solo como una imposición, sino que trata de recuperar la importancia del placer, de la fantasía, del saber coser y del poder construir una apariencia. Sin negar el poder de las apariencias en tanto mandatos de la cultura patriarcal, me interesa pensarlos en tanto potencia que tenían las mujeres, y los sujetos en general, para actuar en forma colectiva y estar en el mundo.