10 abril, 2021
Escritores, periodistas e investigadores como Daniel Freidemberg, Mario Arteca, Jorge Aulicino, Cristian Wachi Molina, Lucas Margarit y Juan Arabia, evocan a Baudelaire como el iniciador de la poesía moderna.
Por Claudia Lorenzón
Con una obra que condensó la belleza en el mal, en la náusea y en la perdición, la figura de Charles Baudelaire (1821-1867) se reactualiza a 200 años de su nacimiento como el poeta que mejor tradujo la angustia provocada por la vida moderna a través de una lírica que marcó un antes y un después en la poesía dejando su impronta en escritores como André Breton o Houellebecq, así como en la poesía maldita de la argentina Alejandra Pizarnik.
Escritores, periodistas e investigadores como Daniel Freidemberg, Mario Arteca, Jorge Aulicino, Cristian Wachi Molina, Lucas Margarit y Juan Arabia, consultados por Télam, evocan a Baudelaire como el iniciador de la poesía moderna -en la que testimonió con un nuevo lenguaje la vida caótica y decadente de las ciudades- pero también como el poeta que dio visibilidad a lesbianas y disidencias sexuales y el artista que, con su oficio, se sintió parte del proletariado, de quienes no poseen otra mercancía que su propio trabajo.
Poeta, traductor y crítico de arte, Baudelaire nació el 9 de abril de 1821 en París, en una familia de una clase social privilegiada, relacionada con la nobleza, pero lejos de seguir las aspiraciones familiares que pretendían que hiciera la carrera diplomática, se dedicó a la escritura escandalizando a la burguesía de su tiempo, con una vida atada a los burdeles, las prostitutas, la droga y el alcohol, nutrientes de su obra.
Bohemio, provocador, elegante, calificado como satánico por la iglesia católica por su obra «Las flores del mal», Baudelaire murió a los 43 años el 31 de agosto de 1867 por su adicción al alcohol, afectado también de sífilis, en la pobreza y afásico, dejando una obra que transformaría la poesía francesa y mundial.
«Fue el primero que llevó a la poesía la vida caótica, impura y desangelada de la ciudad moderna. Apostó a que la poesía se haga cargo de todo, aun de lo más contradictorio y lo inconfesable, hasta buscar belleza en los desperdicios, la miseria, la enfermedad el pecado, sin por eso renunciar a las formas de belleza o espiritualidad que hasta en ese mundo caído emergen a veces», señala Daniel Freidemberg.
«Es el inicio de lo que llamamos «poesía moderna»: ya no se trata de acariciar con bellas palabras el oído, ni de dar una enseñanza, sino de batallar contra la obnubilación, la mediocridad, el conformismo», agrega el autor de «En la resaca», «Días después del diluvio» y «Abril», entre otras.
«A partir de Baudelaire, y, más tarde, Rimbaud, la poesía empieza a ser un tipo de experiencia cualitativamente diferente, más desalienada, irreductible. Un modo de conocimiento, un ejercicio espiritual. De ahí vendrían el simbolismo y el aluvión de las vanguardias del siglo XX», afirma Daniel Freidemberg.
Según Mario Arteca «Baudelaire inventa una ciudad que estaba por debajo de sus luces, aún no eléctricas» al señalar que «el escritor francés le escribió a una sociedad decadente, y contra la moral burguesa, a contramano del aburrimiento existencial, que padecía y describía como ninguno, tras los ecos de la asonada popular de 1848 y el paso a la Segunda República francesa, que tampoco contuvo al poeta».
En cuanto al estilo que inaugura Baudelaire, Arteca considera que «aportó colores a la poesía que antes estaban ocultos: los grises, las paletas más oscuras, la idea romántica del ‘escritor maldito'», aunque también la diversidad temática de sus textos, que oscilaban entre la alta cultura y la posesión por pérdida, muchas veces desenfrenada, descrita a través de la variedad de personajes que ambulaban en sus textos».
En este sentido, Lucas Margarit, director de la Maestría en Literaturas en Lenguas Extranjeras y Literaturas Comparadas de la UBA, considera que el vate dejó como legado «una manera de observación que se detiene en el resto, en el margen donde fue escribiendo una línea tras otra» y para «detenerse en lo diferente ha necesitado un nuevo lenguaje, una nueva manera de decir esa experiencia».
«Lo mismo podríamos decir de los textos que conforman «Los paraísos artificiales» donde expone de manera exaltada una experiencia con el opio y el hachís lo que altera no sólo los sentidos, sino también las palabras que aluden a ese sentido», agrega.
Además, considera que «uno de los legados centrales de su producción es el uso de la extrañeza y de lo desechado en su poesía», en la que «incluso lo degradado logra un cariz poético que nos enseña a percibir cuidadosamente el mundo».
«Esto también le posibilitará abrir otros caminos en el ámbito de la poesía hacia el dolor y hacia el color, hacia lo raro e incluso a acentuar las formas raras de un dios. Una serie de poetas de este período vislumbran junto a Baudelaire esa alteridad que ahora es arrastrada hacia nuestro presente: Lautréamont o Nerval por ejemplo», afirma Margarit.
El escritor y periodista Jorge Aulicino destaca del estilo de Baudelaire «su idea de las correspondencias, que el poeta moderno convertiría en relaciones: correspondencias entre olores, colores, amores, símbolos ocultos».
«Su poema «Correspondencias» es la clave de la lírica moderna. Esa es la modernidad de Baudelaire, la reconstrucción del mundo de los sentidos en el laboratorio de la mente», considera.
Para Arteca, «su poesía era una poesía de personajes de carne y hueso, donde el dolor, el despojo y la evasión eran un salvoconducto momentáneo para un universo urbano en creciente expansión».
«En ‘Las flores del mal’, la noción de «masa se hacía por primera vez presente, con sus efectos categóricos: a mayor cosmopolitismo, mayor proporción de la decadencia. Esa parecía ser la fórmula secreta de sus escritos. De ahí que Walter Benjamin lea con atención que el lugar de la prostitución en sus textos sólo puede darse por el incremento demográfico de una ciudad capital como París», señala el autor de «Guatambú», «Vinilo» y «Circular», entre otras obras.
En coincidencia con esta mirada, el poeta Juan Arabia, director de la revista literaria Buenos Aires Poetry, afirma, citando también a Benjamin, que Baudelaire es «el primer poeta que da cuenta de una definición del proletariado entendido como ‘la raza de aquellos que no poseen otra mercancía que su propio trabajo’, raza a la cual también pertenecería.
En cuanto a la influencia o irradiación de su obra, el titular de literatura Europea II en la Universidad Nacional de Rosario e investigador del Conicet, Cristian Wachi Molina, «Baudelaire es un moderno, a fuerza de haber sido un romántico. Lo comprueba su admiración por Delacroix o por Gautier, al mismo tiempo que por Guys o por Flaubert, y porque es capaz de reaparecer en los escritores inmediatos que lo precedieron, como Mallarmé, Rimbaud o Verlaine, pero también en otros más lejanos como en Breton o, más aún, Bonnefoy o Houellebecq».
«En Argentina -destaca- el malditismo de una Pizarnik es inescindible de lo que Baudelaire fue para el surrealismo, y también, en nuestro país, reaparece en los poemas de Américo Cristófalo en este Siglo XXI», dice Cristian Wachi Molina
«Por esa heterogeneidad se convierte en un poeta, crítico y narrador irreductible, como asegura Antoine Compagnon. Atravesado de tensiones, es capaz de visibilizar las figuras de las lesbianas –título original de Las Flores…– o del andrógino (le no binarie del siglo diecinueve), antes de que estas figuras se convirtieran en disidencias sexuales, e incluso poco antes de que la homosexualidad fuera nominada como tal en contraposición a la heterosexualidad por el discurso psiquiátrico», afirma Molina.
No obstante, «igual que casi todo el imaginario machista de su siglo, escribió sobre la mujer como un florido mal: el menosprecio a George Sand que aparece en sus cartas está a tono con ese mal mercantilizado en el que describe a la mujer en sus poemas o en ‘El pintor en la vida moderna’; es decir, como aquélla que le quita su poder al poeta subyugándolo, en un imaginario próximo, ya, a la femme fatale del decadentismo», explica.
Según Molina «Baudelaire es el que rescata la moda en tanto arte que define lo moderno como tensión entre lo efímero del presente y lo eterno; al tiempo que detesta, con una melancolía radical, la estúpida actualidad de su tiempo que convierte en fantasma a la ciudad de París del pasado».
Por todos estos elementos el investigador resume en el poeta su calidad de «heterogéneo, inclasificable e irreductible», y por eso «nos llega, moderno y antimoderno, al mismo tiempo, desde las brumosas calles de la poesía como un fantasma que, aún hoy, sigue acompañándonos con todas sus contradicciones en una poética que no deja de abrir todo lo que la literatura puede ser y hacer».
*AT