8 septiembre, 2023
Medio siglo ha pasado desde el golpe en Chile, pero la sombra del tirano sigue proyectada sobre nuestra región. Mientras una mayoría de los latinoamericanos justifica el autoritarismo y la democracia se devalúa, proliferan líderes populistas de derecha que niegan los crímenes de las dictaduras.
Por Leonardo Oliva*
Dionisio Salas Astorga recuerda bien aquellos días de 1984, cuando desde Chile cruzó la cordillera de los Andes para empezar una nueva vida en Argentina. Él era uno de los tantos jóvenes que veían cómo el país gobernado con mano de hierro por Augusto Pinochet solo les prometía represión política y un futuro económico negro: “Mis compañeros de curso y mis amigos del barrio, una diáspora absoluta, también partieron hacia cualquier lugar donde tuvieran la posibilidad de asilarse y salir de ese país que estaba bajo un régimen ya en decadencia”. Así lo cuenta este docente y poeta chileno que se abrazó a la primavera democrática argentina en los ochenta. En su nuevo destino formó una familia, encontró una profesión y observó no de tan lejos la senda autoritaria que seguía su querido Chile.
Hace exactamente 50 años, el 11 de septiembre de 1973, Pinochet había empezado su larga dictadura con un golpe de Estado—respaldado por Estados Unidos— contra el presidente socialista Salvador Allende. Con él llegaron el estado de sitio, las persecuciones a disidentes, los asesinatos políticos, las desapariciones de personas y demás horrores a los que fueron tan afectos los regímenes militares del Cono Sur en aquellos años.
La conmemoración del medio siglo de aquel salvaje golpe de Estado —que incluyó la muerte del propio Allende, suicidado (¿o asesinado?) en el palacio de La Moneda— ha recrudecido las divisiones en la sociedad chilena acerca del legado de la dictadura militar. Un debate que nunca ha estado del todo superado en un país que muy tardíamente empezó a juzgar los crímenes de las fuerzas militares (como el caso Víctor Jara) y donde gran parte de los ciudadanos se niegan a condenar el golpe del 73. Pero no debería sorprender: un reciente sondeo concluyó que el 60% de los chilenos justifica el autoritarismo en determinadas circunstancias.
Lo más impresionante es que el fenómeno se repite en la mayoría de los países de América Latina. Un informe de Latinobarómetro muestra que hoy solo el 48% de las personas apoya la democracia en la región, el punto más bajo desde que empezó esta medición en 1995. En el mismo sentido, la demanda por un gobierno militar ha crecido, desde un 24% en 2004 a un 35% en 2023.
Porcentaje de consultados en la región que consideraron que «la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno».
Es cierto que la gran mayoría de los encuestados (61%) no respalda los golpes de Estado, pero también lo es que hoy una figura autoritaria como Pinochet (sin importar la orientación política) podría ganar una elección y convertirse en presidente. Por eso, Latinobarómetro habla de que estamos viviendo una etapa de “recesión democrática” porque “el autoritarismo se ha ido validando poco a poco, en la medida que no se le condena, ni se sabe bien cuál es el umbral donde un país deja de ser democrático”. Así, los dictadores latinoamericanos del siglo XXI “son primero civiles elegidos en comicios libres y competitivos, que luego se quedan en el poder cambiando las reglas y haciendo pseudo elecciones para mantener la categoría de ‘democracia’. Ya no usan armas ni militares para asumir la presidencia. Son electo-dictaduras civiles”, concluye Latinobarómetro.
El fenómeno comenzó en la izquierda, con casos como los de Venezuela y Nicaragua. Pero ahora, el de Nayib Bukele demuestra que el autoritarismo antidemocrático no tiene color político. El presidente salvadoreño se ajusta al nuevo fenómeno de las “derechas electorales”, como las llama la politóloga Andrea Bolcatto. La co-autora del libro Los nuevos rostros de la derecha en América Latina menciona también al argentino Javier Milei, el candidato con más chances de convertirse en presidente de su país en octubre. El líder libertario espanta a muchos por su discurso ultraliberal radicalizado, no duda en tildar de “comunistas” a quienes lo cuestionan y hasta reivindica —a través de su compañera en la fórmula presidencial— a los militares de la última dictadura argentina.
Como dice Bolcatto, “una cuestión que yo encuentro bien diferente entre aquellas derechas golpistas y estas derechas que en principio son electorales —yo no las llamaría democráticas—, es que no tienen un discurso nacionalista. Al contrario, piensan en desnacionalizar los recursos más preciados de un país y se desentienden de la ciencia y las tecnologías como valor estratégico fundamental para el crecimiento. Entonces, los identifica fundamentalmente este discurso de la antipolítica, del discurso antiestatal y de la promesa de que la libertad del mercado hará libre a todos los individuos”.
Aunque algunos califican las caídas de Evo Morales en Bolivia (2019) y de Manuel Zelaya en Honduras (2009) como golpes de estado, en general el siglo XXI se ha caracterizado por una ola democrática de elecciones más o menos libres en la región. Lo preocupante es que el último presidente elegido de esta manera, el guatemalteco Bernardo Arévalo, acaba de denunciar que en su país hay en marcha “un golpe de estado” para impedir que tome posesión del cargo.
El progresista Arévalo —ubicado en la orilla ideológica opuesta a Milei y ultraderechistas como el chileno José Antonio Kast y el ecuatoriano Jan Topic— es otro exponente de los ‘outsiders”’ que desafían al establecimiento político. Esto ha generado un fenómeno paralelo a la recesión democrática en América Latina: la de los gobiernos débiles. Desde 2018, en 18 de las 19 elecciones presidenciales hubo alternancia (perdió el oficialismo), con la excepción de Paraguay. Y en varios de esos países hubo muchos candidatos que, emulando a Bukele, hicieron campañas relativamente exitosas con propuestas propias de los regímenes autoritarios.
Cambio en puntos porcentuales entre quienes opinaban que, «en ciertas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático» en 2020 y quienes lo hacen en 2023.
“La degradación institucional y la falta de resolución de los problemas por parte de las democracias han hecho que se reivindiquen alternativas más ‘eficientes’ y que evidentemente implican una restricción democrática”, analiza José Francisco Lagos, director del Instituto Res Pública de Chile. Para este experto, como la democracia ha sido “ineficiente” en América Latina para resolver los problemas sociales, “la ciudadanía está dispuesta a entregar muchas veces parte de sus libertades políticas con el fin de que se resuelvan problemas concretos”. Como resultado, completa Lagos, surge este tipo de “liderazgos desafectados de las instituciones que muchas veces incluso promueven el populismo”. Y que no son exclusivos de esta parte del mundo: allí están los ejemplos de Putin (Rusia), Erdogan (Turquía), Orban (Hungría) o el mismísimo Trump (Estados Unidos).
Marta Lagos, fundadora de Latinobarómetro, reconoció en entrevista con El País de España que en América Latina “se ha empezado a ver el autoritarismo como una de las opciones de la democracia”. Y citó el ejemplo de su país, Chile, donde “algunos dicen que el golpe de Estado vino ‘a salvar’ la democracia de Salvador Allende. Están invertidos los conceptos”.
Esto decía Hitler. https://t.co/AOvXQQvHTr
— Gustavo Petro (@petrogustavo) August 29, 2023
En este contexto de confusión social, alguien como Milei declara que quien profesa el socialismo “es una basura, es excremento humano”. Y alguien como el presidente de Colombia, Gustavo Petro, le contesta que “eso decía Hitler”. Un debate de muy baja calidad que confirma la crisis de representación política que sufre nuestra democracia. Y que ha llevado a más de la mitad de los latinoamericanos a la indiferencia frente al tipo de régimen que los gobierna, así sea el autoritarismo.
“Creo que hay una resignación en la sociedad en general y un acostumbramiento a esas dádivas que la derecha nos otorga”. Quien habla otra vez es Dionisio Salas Astorga, el exiliado poeta chileno del principio. Él es consciente de que la historia se repite cíclicamente: hoy son sus hijos argentinos los que debieron partir. Se fueron a Europa a buscar el destino que la democracia no les garantiza, como él hizo hace 40 años huyendo de Pinochet y de la falta de oportunidades políticas y económicas que sufrió su generación.