18 marzo, 2021
Por Martín Sassone
Hace medio siglo, los Allman Brothers, creadorores del rock sureño, se presentaron en el mítico auditorio de Bill Graham en Nueva York y las canciones quedaron registradas para la posteridad.
El fin de semana del 12 y 13 de marzo de 1971, hace cincuenta años, en uno de los auditorios más emblemáticos de la historia del rock, un grupo que tenía su origen en la pequeña ciudad sureña de Macon, Georgia, grabaría el mejor disco en vivo de la historia. Fueron dos noches mágicas que quedaron registradas para siempre en el álbum que se conoce como «At Fillmore East» y lleva la rúbrica de los Allman Brothers.
Los Allman estaban transitando su primera etapa. Habían editado su disco debut en 1969, el segundo, «Idlewild South», un año después, y trabajaban en el que sería su tercer álbum de estudio cuando el mítico promotor Bill Graham volvió a convocarlos para una serie de conciertos de costa a costa de los Estados Unidos. El grupo ya llevaba un par de años tocando tanto en el Fillmore East de Nueva York como en el Fillmore West de San Francisco, así que para esta nueva ocasión no estaban los nervios del debut e incluso ni siquiera la presión de ser el acto principal. Esas dos noches fueron teloneros de Johnny Winter y Elvin Bishop, como habían sido de Hot Tuna durante el último fin de semana de enero de ese año en la Costa Oeste. Lo que pocos recuerdan es que en cada una de esas noches hicieron dos shows con un promedio de siete canciones en cada uno.
La formación que estuvo en escena fue la más icónica de la banda: Duane Allman y Dickey Betts en guitarras, Gregg Allman en teclados y voz; Berry Oakley en bajo y Butch Trucks y Jaimoe en baterías.
La primera edición del álbum fue un vinilo doble editado en julio del 71 en los Estados Unidos. La efervescente versión de «Statesboro Blues», de Blind Willie McTell, abre el lado A del disco uno, con el slide de Duane Allman llevando un viejo blues a una nueva dimensión. Luego siguen con «Done Somebody Wrong», de Elmore James, donde cobra trascendencia la armónica de Thom Doucette, y cierran ese lado con una memorable interpretación de «Stormy Monday Blues», el clásico de T-Bone Walker, en el que las guitarras de Duane Allman y Dickey Betts desgranan unos solos tan profundos que alcanzaron el estatus de icónicos. El lado B contiene una extensa versión de «You Don’t Love Me», de Willie Cobbs. Casi 20 minutos en los que los Allman dan rienda suelta a toda su creatividad.
El disco dos concentra temas propios. Primero el instrumental «Hot’ Lanta», con tintes jazzeados donde el hammond de Gregg Allamn se fusiona con las guitarras en un viaje místico por un espacio inexplorado, hasta que empalman con «In Memory of Elizabeth Reed», casi 13 minutos épicos con una intro de Betts en la que sobrevuela el espíritu de John Coltrane en «Kind of Blue». Esos temas, en los que la zapada conquistó el terreno, son la antesala de lo que vendría después, el Grand Finale, con la madre de todas las jams, el himno a la improvisación, «Whipping Post». La música se eleva con ese final in crescendo y el cierre con tinte blusero 22 minutos y 58 segundos más tarde. La banda estaba en un estado de gracia superior, un pico inalcanzable para cualquier otro mortal. Todo amalgamado, sin fisuras. Un sonido de vanguardia para la época, que a su vez es muy respetuoso de la tradición.
Tom Dowd sin dudas hizo un trabajo excepcional como productor del disco. Un detalle poco conocido es que en algunos temas el grupo contó con una sección de vientos comandada por Juicy Carter, pero que Dowd eliminó de la mezcla final porque, de alguna manera, interfería con el estilo del grupo. El producto acabado resultó asombroso, una pieza de colección en la que el sonido de cada uno de los instrumentos quedó equilibrado para que la voz de Gregg Allman fluya con intensidad. Pronto se volvió un suceso de ventas.
“Ese fue nuestro pináculo. Los días que pasamos en el Fillmore fueron sin duda el recuerdo más preciado que tengo. Si le preguntas a los otros miembros probablemente te dirían lo mismo”, confesó Dickey Betts en el libro Skydog: The Duane Allman Story, de Randy Poe.
“Llegamos a tocar hasta seis horas por día. Empezábamos tarde y cuando terminábamos y abrían las puertas el sol nos daba en la cara. El ‘tío’ Bill nos decía: ‘Hagan lo suyo’. Y nosotros lo hacíamos”, recordó en una entrevista Gregg Allman.
El resto de 1971 fue muy intenso para los Allman. En junio participaron junto a Albert King, Edgar Winter, Mountain, The Beach Boys, J. Geils Band y Country Joe McDonald de otro histórico concierto en el Fillmore que se llamó “The Last Three Nights” (Las últimas tres noches), con el que Graham puso fin a poco más de tres años ininterrumpidos de la mejor música en vivo. En septiembre editaron finalmente el disco «Eat a Peach», su cuarto trabajo, que incluyó tres versiones en vivo de las presentaciones de marzo: la célebre «Mountain Jam», «Trouble No More» y «One Way Out». El 29 de octubre el grupo -y el rock en general- tuvo el golpe más duro cuando Duane Allman se mató al estrellarse con su Harley Davidson contra un camión. Pocos días después, la tragedia volvió a sacudirlos: el 11 de noviembre el bajista Berry Oakley también murió en un accidente con su moto.
En 1992, Polygram, que había adquirido los derechos de Capricorn Records, lanzó un cd doble que se llamó The Fillmore Concerts, donde los temas pasaron de siete a doce, y se añadió una canción de un show del 27 de junio de ese año. Unos años más tarde lanzaron la Deluxe Edition, con la versión de Midnight Rider.
El paso del tiempo no hizo más que acrecentar la importancia de este disco y entronizar esas presentaciones en vivo. Ya lo dijo Bill Graham en aquél entonces: “En toda mi vida jamás escuché una música como la que toca este grupo”. Hoy, con certeza, volvería a repetir las mismas palabras.
*NA