4 diciembre, 2025
Una jornada donde la ciencia y el arte se fundieron para homenajear a la especie que elige las costas de Chubut. La aparición espontánea de ejemplares durante el evento coronó una celebración comunitaria única.
Si la Península Valdés es el reino de la franca austral, las aguas del Parque Provincial Patagonia Azul tienen su propia soberana: la ballena jorobada. Lejos de ser una visitante fugaz, esta especie ha convertido a las costas de Camarones en su hogar estacional, eligiendo este rincón del mundo para alimentarse y refugiarse entre noviembre y marzo. Por eso, la comunidad chubutense decidió que era hora de celebrarla con un festival en su honor.
La elección del día no fue una fecha azarosa. «Pensamos este festival en noviembre porque es el momento en que ellas llegan», explica Fernanda Venditti, del área de Comunidades del proyecto Patagonia Azul de Rewilding Argentina. La iniciativa busca poner en valor una realidad científica fascinante: la Jorobada no solo pasa, se queda. «Aquí encuentra la protección y alimentación necesaria para su vida», agrega, destacando que su declaración como Monumento Natural Marino de Chubut fue el primer paso clave para blindar su conservación.

La celebración tuvo un fuerte anclaje científico, pero traducido a un lenguaje coloquial. El biólogo Lucas Beltramino lideró uno de los momentos más simbólicos de la jornada: el bautismo de «Huellita», una ballena bebé identificada recientemente en la zona.
Esta acción es el corazón del monitoreo constante que realiza el equipo. Nombrarla es empezar a escribir su biografía. «Vamos a seguirla de cerca para conocer su historia y acompañar sus próximos viajes y años de vida», detallan desde la organización.
Lo que nadie podía prever en la grilla de actividades — que incluyó desde la inauguración de un mural en el espacio «Huella Azul» hasta gastronomía con algas locales — fue la respuesta del océano. Mientras en tierra se sucedían las charlas, la música y el arte, en el mar asomaban los lomos oscuros de las Jorobadas.
«Tuvimos la oportunidad de presenciarlas durante la tarde, mientras transcurrían las actividades», cuenta Shari Bocca, profesora del Club del Mar, aún impactada por la sincronía del evento. «Fue muy lindo, incluso entre risas pensamos ‘vinieron a festejar con nosotros’. Era el día y el lugar justo».
Esa conexión casi mística fue el broche de oro para una jornada donde lo sensorial primó sobre lo protocolar: murales pintados por adolescentes, arcilla local moldeada por mujeres del pueblo y canciones dedicadas al mar. Todo fue hecho «desde el lado más sensible», buscando conectar las historias humanas con las de los gigantes marinos.
El festival dejó una certeza en el aire de Camarones: para proteger, primero hay que amar, y para amar, hay que conocer. La ballena jorobada ya tiene quien la celebre, y lo más importante, quien la cuide.
*ACH