Entre los entretelones de la rosca política, las dinámicas farandulescas y periodísticas de los veranos en Punta del Este y las miserias matrimoniales crece “La última fiesta” (Penguin Random House), la novela de la escritora Ángeles Salvador, un artefacto en el que la verosimilitud de la historia se edifica sólo con los artilugios y la fuerza de la destreza literaria.
«Cuando me preparaba para los mejores días de mi vida vinieron los peores. Me llamo Stella Maris Blanco y cada mañana, cuando me despierto en esta celda que hice pintar de amarillo, me arrepiento de haber organizado la fiesta de mis cincuenta años porque por esa fiesta ya no veo el mar”, se presenta la narradora, en clara retirada pero lejos de la nostalgia boba y cargada de “impunidad de cornuda”.
Desde esa celda, Stella reconstruye qué pasó en aquella última fiesta esteña y el apogeo y caída de la carrera de su marido, Guillermo, un médico que llega a diputado y que pareciera destinado a arreglárselas con una de las máximas que se propone en la novela: “La fatalidad es lo que distingue a un verdadero político de uno que simplemente gana elecciones”.
Con la misma prosa ágil y los diálogos certeros y lúcidos que estrenó en su primera novela, “El papel preponderante del oxígeno” (2017), para darle vida a una peluquera, ahora Salvador aborda la intimidad del poder. “Necesito que el personaje y todo en la novela hable, diga, cancheree, concluya”, cuenta la autora durante la entrevista con Télam.
P: ¿Cuál fue el puntapié de la novela y cómo la trabajaste? ¿Apareció primero la historia o la voz de Stella?
-Ángeles Salvador: Definitivamente apareció primero Stella, ese nombre, una fiesta de cumpleaños, una edad, una fecha de cumpleaños: enero y el verano meridional, sudamericano, rioplatense, por decantación. Tenía decidido probar mi versatilidad de una manera un poco ridícula, o mejor dicho, sin tanto riesgo, ahora que lo pienso: oponerme al contexto de clase social de mi novela anterior en la que la protagonista ascendía socialmente con un trabajo de peluquera. De hecho, una de las clientas de Rosa, en la peluquería, aparece en los dichos de Stella en esta novela. Quería que este personaje no penara por plata y todo lo que implica para la construcción de un personaje. Es decir, poner en otra parte la noción de injusticia. Una vez que aparecieron esos elementos, me vino bien tener esa fiesta en la playa, porque mi fantasía es poder escribir una novela bucólica, pero soy tan citadina y porteña, tan nena de balcón, que no tengo horizonte lejano, mi vista se choca con edificios y postes de semáforos, mi perspectiva más abierta es la avenida Santa Fe hacia el sur o hacia el norte. Luego -a los seis mil caracteres- apareció el personaje de Luz, que me incomodó mucho, paradojalmente, no la veía. Con todo esto empecé a darle forma a la historia pero muy demorada en el acontecimiento de la fiesta en sí, no podía lograr que empezara la fiesta. Necesité escribir quién era Stella antes.
«Quería que este personaje no penara por plata y todo lo que implica para la construcción de un personaje. Es decir, poner en otra parte la noción de injusticia»
ÁNGELES SALVADOR
«La última fiesta» narra el ascenso y caída de un diputado y en el camino va contando el detrás de escena del financiamiento de las campañas, de los negocios, de cómo se construye una imagen y del rol del periodismo. Sin embargo, la historia no aporta a eso que llamamos «la antipolítica» sino que pone la lupa en la «clase política». ¿Cómo abordaste y trabajaste el tema para no alimentar el cliché?
-Á. S.: En primer lugar porque me encantan los políticos. Suele ser gente brillante, decidida, ambiciosa, memoriosa, madrugadora y trasnochadora por igual, son buenos actores y son valientes hasta la inmolación. También son todo lo peor: supongo que si hubiera hecho hincapié en su lado rastrero, el que termina haciendo daño a la sociedad, sin esa admiración banal que les tengo -porque tampoco la pavada-, hubiera caído en el cliché del que hablás. En esta novela, los políticos están encarnados en un personaje que manda audios, que dicta una doctrina política -casi una poética- en voz alta mientras recluta asesores, ghostwriters, publicistas, médicos. Creo que la política se emparenta con la creación artística: el teatro, la literatura, la poesía en la búsqueda de una ficción, no como “relato” sino como cuerpo dispuesto y expuesto. Uno de mis esfuerzos más meticulosos cuando escribo es escapar del lugar común, tanto en la sintaxis como en las opiniones, pero para eso hay que tener un detector implacable y se logra con la autoobservación permanente mientras se está creando, lo que sea, una novela, en este caso.
Stella no cumple con el estereotipo de «mujer jarrón». A pesar de ser una «uruguaya de Rocha» sin estudios universitarios, ayudó a Guillermo a construir su carrera y tiene una lengua filosa. ¿Cómo trabajaste un personaje que combina frivolidad e inteligencia pragmática?
-Á. S.: Porque escribo ficción para darme esos permisos. Ecualizás distinto con la ficción. El personaje puede ser todo lo inteligente, idiota, sexy, desagradable, valeroso y maldito que uno no es. Que los lectores no suelen ser (al menos, no todo junto). Y creo que la frivolidad es adictiva, nauseosa, obscena, balsámica. Encontré en eso una opinión para dar y una forma de pasar el tiempo también en la novela, que es uno de los grandes problemas del género para el escritor: ¿cómo hacer que suceda el tiempo? La inteligencia de Stella es porque así como no puedo escribir bucólicamente, y lo deseo, no puedo escribir sin opinar, sin buscarle mi verdad a las cosas, aunque desearía, y juro que es verdad, no decir nada inteligente, más bien una escritura sintética, pero no logro fusionar verdad y síntesis, necesito que el personaje y todo en la novela hable, diga, cancheree, concluya. Entonces puedo estar diez minutos para encontrar ya no la palabra más linda sino la palabra (una y sólo una) más verdadera para mí. Cuando busco las ideas verdaderas el desgaste que me lleva es mortificante.
La historia se desarrolla en el pivoteo entre Punta del Este y Buenos Aires. ¿Qué exploraste en la alternancia de esos dos escenarios?
-A.S.: La alternancia se da por pares opuestos que son muy atractivos para mí: playa/ciudad, Argentina/Uruguay, elitismo/cosmopolitismo. Acá están atados a la biografía del personaje, y funcionan como raccontos, ¿no? Punta del Este es la noche de la fiesta y Buenos Aires es el matrimonio con Guillermo. Punta del este es el refugio, la cárcel, la justicia y Buenos Aires es la pista libre, la impunidad, el delito, la viveza.
Elegiste una cita de una canción del cantautor Fernando Cabrera para abrir la novela: «Creí que era mujer por la textura del recuerdo». Tanto en «El papel preponderante del oxígeno» como en «La última fiesta» trabajaste la voz de las protagonistas de tal forma que activan la historia y alimentan el verosímil. ¿Es la textura que te interesa como escritora? ¿O elegiste la línea de Cabrera por el mecanismo de recordar que usa Stella para contar aquello que pasó?
-A.S.: Ahora que lo decís, un poco por las dos cosas. La idea de una particularidad femenina al evocar puede provocar identificación en cualquier escritora o al menos el deseo de distinguirse: soy esa, me pasa eso, recuerdo (y escribo) con una textura que sólo la entienden las de mi especie. Tal vez sea un lugar común que se me pasó (risas).