9 julio, 2021
Análisis: solitario 9 de Julio de Alberto, entre el enojo del campo y la presión del kirchnerismo
La protesta rural fue masiva y englobó el reclamo de la clase media. El kirchnerismo presionó con una nueva proclama. Alberto asumió un tono defensivo
Por Fernando Gutiérrez
Para Alberto Fernández, fue un festejo con sabor amargo, el 9 de julio que nunca imaginó cuando asumió la presidencia. En un Tucumán con incidentes entre la policía y manifestantes que querían expresar su malhumor por el momento del país, el Presidente dejó expuesta como pocas veces su soledad política.
Resultó inevitable el contraste con el acto de festejo de hace un año, en el que el mandatario había convocado a la quinta de Olivos a dirigentes sindicales y empresariales, así como a gobernadores y dirigentes políticos para dar una señal de unidad. El momento, como hoy, también era complejo: la cuarentena había sumido al país es una recesión profunda, y los cuestionamientos por las políticas intervencionistas empezaban a subir de tono.
Pero en ese momento, Fernández aprovechó la fecha patria para mostrarle al país una imagen de unidad y de apoyo en una coyuntura dramática. Aquella muestra de apertura no les había agradado a todos, como lo dejó en claro en forma indirecta la propia Cristina Kirchner, a quien no le agradó ver a los popes de la Unión Industrial ni de la Sociedad Rural junto al mandatario.
Pero lo cierto es que aquel gesto del Presidente le sirvió para recuperar oxígeno político, sobre todo tras la inquietud en el campo por el anuncio de la estatización de Vicentin.
Este año, en cambio, todo fue diferente. Y el propio discurso del mandatario fue la prueba principal: lejos de celebrar los signos de recuperación de la economía, se dedicó a responder a las críticas que se han intensificado en los últimos días, empezando por la propia interna.
Su alusión a la negociación con el laboratorio Pfizer no puede ser interpretado sino como una respuesta a la crítica que dos días antes había hecho Máximo Kirchner en el Congreso.
El diputado había tenido palabras duras ante la negociación del Gobierno: «Yo no quiero un país que sea juguete de las circunstancias o que tenga que ceder a los caprichos de laboratorios extranjeros», señaló el hijo de Cristina Kirchner, quien advirtió sobre la señal de debilidad que implicaba introducir cambios a la ley de vacunas, justo cuando el país tiene por delante la negociación con el Fondo Monetario Internacional.
De manera que Alberto debió dar respuesta, antes que nada, al cuestionamiento interno. La frase del Presidente fue directa y expresiva: «Si alguien espera que claudique ante los acreedores o ante un laboratorio, se equivoca. No lo voy a hacer, antes me voy a mi casa».
Traducido a los códigos políticos, implicaba un mensaje al kirchnerismo en el sentido de que su afán dialoguista no debe ser confundido con debilidad.
La pandemia dominó el discurso del mandatario, que no pudo evitar hacer alusión al otro tema que copó la atención de la agenda pública: la situación de los turistas varados en el exterior. Y justificó la controvertida medida de poner un cupo al ingreso de pasajeros.
«¿Alguien pude pensar que yo puedo estar feliz con tantas limitaciones? Es el tiempo que nos tocó». Y prometió que, para el próximo 9 de julio, entonces ya toda la población del país estará vacunada y, con la pandemia definitivamente en el pasado, entonces la celebración por el día de la independencia sería multitudinaria.
Pero la promesa de Alberto sonó extraña, porque de hecho este sí fue un 9 de julio con presencia multitudinaria en todo el país. Claro que no con el sentido de festejo que el Presidente anhela, sino con un ánimo de protesta.
Desde los manifestantes en el Obelisco y en la puerta de la Quinta de Olivos hasta las multitudinarias congregaciones del interior rural, que tuvieron su epicentro en San Nicolás, así como en las grandes ciudades como Córdoba, todas las muestras de rechazo al Gobierno fueron el verdadero protagonista político de la jornada.
Alberto, naturalmente, sabía que eso era lo que ocurriría. El malestar en el campo era creciente y llegó a su nivel máximo por el cierre exportador de la carne. Una medida promovida desde el kirchnerismo duro y con la que el propio Presidente nunca estuvo totalmente de acuerdo. No por casualidad, en la previa a la jornada de protesta, los funcionarios dejaron filtrar que habría una revisión de la medida y que se atenderían algunas de sus críticas, de manera tal que la limitación a exportar quedaría reducida a un 30% del monto total.
Pero también el Presidente sabía que, por más que enviara esa señal, el movimiento que se había generado ya era indetenible. Lo que en un principio intentó ser mostrado por los medios afines al oficialismo como una iniciativa aislada y no representativa del campo -se mencionaba que sólo la impulsaba el grupo del ex ministro macrista Luis Miguel Etchevehere- terminó siendo una convocatoria masiva.
Adhirieron las principales gremiales rurales, incluyendo las que representan a los pequeños productores, como la Federación Agraria. Y todas tuvieron palabras duras para con el Gobierno.
«El pueblo se tiene que levantar, no estar de rodillas, para que todos puedan desarrollarse, porque no quiero que mis hijos se vayan del país, no es lo que queremos para nuestros hijos», fue la frase de Carlos Achetoni, presidente de la Federación Agraria. Y la frase sintetiza lo que fue el tono de la jornada: un llamamiento a resistir medidas gubernamentales que son interpretadas como autoritarias, no solamente en el ámbito de la economía.
Los carteles caseros y las consignas que se escucharon por parte de los asistentes mostraron la habitual heterogeneidad: hubo quejas por el cierre de las escuelas, por la debilidad del poder judicial, por el peso de la presión impositiva, por la agresividad en el discurso del Gobierno.
Los temas eran diversos, pero el denominador común era el de siempre: el rechazo a las formas y el fondo de la política kirchnerista. De hecho, la alusión a los que se van del país a probar suerte en el exterior tampoco fue casual: es uno de los temas que en los últimos días ganó un lugar preponderante en el debate. Empezó como una típica polémica de las redes sociales sobre si los varados en el exterior eran víctimas cuyos derechos eran avasallados o si eran individuos egoístas e irresponsables que ponían en riesgo la salud de la población, además de hablar mal del país y «militar el exilio».
El ambiente se había caldeado más por expresiones del jefe de gabinete, Santiago Cafiero, que acusaba a la oposición de querer «fomentar el odio».
Ante ese clima previo, los convocantes a la protesta se cuidaron de advertirle a los dirigentes opositores que no intentaran copar los actos ni convertirlos en expresiones partidarias ligadas a la campaña electoral.
Lo lograron parcialmente, porque fue inevitable que los actos tuvieron un marcado tono antikirchnerista. Y, además, por la notoria presencia de Patricia Bullrich, que cumpliendo su promesa de recorrer el país -después de haberse bajado de su candidatura a diputada por la Ciudad de Buenos Aires- empezó a perfilarse como aspirante a disputar la presidencia en 2023.
Vestida de poncho y montada a caballo, Bullrich acompañó a los «gauchos de Güemes» que en la celebración del caudillo salteño no habían podido hacer su desfile. Sin pronunciar un discurso, la dirigente del PRO logró su cometido de marcar presencia y consolidar la imagen de opositora de línea dura.
En cuanto al campo, quedó en los dirigentes la satisfacción de haber hecho una demostración de fuerza, que aspiran les permita negociar desde una posición más firme las medidas de política agropecuaria.
La frase de Jorge Chemes, presidente de Confederaciones Rurales Argentinas, fue elocuente al respecto: «Todos los días somos un poco más pobres en un país rico como la Argentina, por la inoperancia de los políticos que nos gobiernan. Nos piden solidaridad y nos hablan de pobreza, pero la realidad que la pobreza es la consecuencia de las políticas nefastas que están haciendo con el sector productivo. Y, además, es un gobierno mentiroso, porque no asume los errores que comete y termina siempre echándole la culpa al campo de las decisiones que toma».
De todas formas, el mensaje que quedó al final del día no fue el de una ruptura con el Gobierno sino el de un llamamiento al diálogo bajo nuevas condiciones.
Pero el de los productores enojados no fue el único mensaje que recibió Alberto Fernández en la fecha patria. Como ya se está transformando en la tónica del año, el kirchnerismo aprovechó la efeméride para fijar posición en un tema a través de una «proclama» firmada por políticos, periodistas, artistas, científicos y celebridades varias. Entre las firmas se destaca la de la diputada Fernanda Vallejos, una de las principales espadas parlamentarias de Cristina Kirchner.
Ya había ocurrido el 25 de mayo, cuando se planteó la imposibilidad de pagar la deuda al FMI en condiciones que dificultaran el desarrollo. Y luego el 20 de junio, cuando a orillas del rio Paraná se dio a conocer el reclamo por la re-estatización de la hidrovía. En ambos casos, si bien había críticas a la gestión gubernamental de Mauricio Macri, quedaba en evidencia que el destinatario de los reclamos no era otro que el propio Alberto Fernández.
Ahora, una tercera proclama hizo referencia a la necesidad de que el Estado asuma un rol protagónico en el apoyo al sector productivo, y que eso se debía lograr mediante medidas que contribuyeran a la redistribución de la riqueza.
«Una parte de la dirigencia patronal, que se expresa a través de las grandes asociaciones empresarias y rurales, pretende un vínculo prebendario con el Estado, limitado a la obtención de mayores beneficios para sí, aun a costas del conjunto, y a la exclusiva defensa de los intereses de la pequeña minoría privilegiada de la que forman parte», afirma la proclama.
Y agrega que esos grupos se oponen a cualquier medida que cercene sus privilegios, como por ejemplo, «la administración estatal del comercio exterior que procura garantizar el derecho a la alimentación del pueblo argentino».
Si bien el texto no se limita a la polémica por el campo ni menciona de manera explícita medidas como las retenciones o cupos a la exportación, su sentido es inequívoco. Es un mensaje en el sentido de que, por más protestas que haya, la política intervencionista debe profundizarse porque es la única forma de ayudar a la recuperación de todo el entramado productivo.
Es un mensaje a los dirigentes rurales pero, una vez más, también es una advertencia para el propio Presidente: el kirchnerismo no quiere ver medidas que aparezcan como claudicaciones ni retrocesos. No lo acepta ni por su postura ideológica ni por táctica electoral.
En el medio, Alberto Fernández siente cómo su promesa de mantener el diálogo con todos y evitar conflictos sectoriales le resulta cada vez más difícil. El 9 de Julio fue un recordatorio del lugar exacto en el que se encuentra: a mitad de su mandato, con crisis económica, un fuerte malestar de la clase media, resistencia a las medidas intervencionistas y, al mismo tiempo, con la presión de la parte más fuerte de la coalición gobernante para radicalizar las posturas.