6 febrero, 2022
«Este libro le reclama al lector que reconozca como propios algunos guiños, que sepa qué le pasa a determinadas personas en determinados momentos», reflexiona sobre su nuevo libro, «Notas al pie», en el que invita a reflexionar sobre el paso del tiempo.
Por Josefina Mascuzzi
El escritor y conductor radial Alejandro Dolina revela pistas para entender las claves argumentales de su nuevo libro, «Notas al pie», y las estrategias y trampas que puso en juego para lograr una propuesta sin género definido, en la que el lector puede ser fácilmente engañado, mientras es convocado a ser testigo de sus reflexiones sobre el paso del tiempo, la sabiduría o la vejez.
«Es difícil congraciar la sabiduría y la vejez. Los viejos sabios que yo he conocido eran sabios a pesar de que eran viejos, no porque eran viejos», sostiene.
Dolina se define como una persona de “pocas virtudes morales, como la tenacidad o el empeño”, pero su carrera y su último libro, de casi 500 páginas, no dicen lo mismo. Como su sagacidad para observar el mundo cotidiano, el humor brota hasta en los momentos más inesperados. «Gracias por las horas desperdiciadas acá”, dirá al final de la entrevista con Télam.
Cuando se le formula la pregunta clásica ¿de qué va el libro?, dice que no hace falta hablar del argumento, ni de los personajes, ni de lo que pasa, sino de la trampa. Esta novela es, en sí misma, una trampa. ¿Qué otra cosa es un escritor, sino alguien que está todo el tiempo viendo a quién robar?
Nueve años después de «Cartas marcadas», su debut como novelista, Dolina publica ahora «Notas al pie» (Planeta), en la que narra lo que ocurre luego de la muerte del escritor Sergei Vidal Morozov, cuando una editorial le encarga a De Robertis, su colaborador estrecho y discípulo, una recopilación de cuentos póstumos.
Lo que parece ser un libro de relatos va mutando ante la aparición de una serie de notas de su colaborador erudito, que lentamente excede su lugar y empieza a extenderse en sus comentarios. Las apostillas avanzan tanto que por momentos ocupan toda la hoja, y se despliega la trama subterránea plagada de situaciones y personajes: de repente uno quiere saber más de De Robertis y menos de Morozov, y Dolina responde a ese deseo.
La historia pone en escena al mismísimo Morozov y una obra de teatro hecha con un grupo de niños actores en la que hay amores correspondidos y no correspondidos, un diamante robado, traiciones, secretos y un crimen. El desafío como lector es escaparse de los esquemas clásicos y entregarse a un mundo extraño y sorprendente, diferente a cualquiera que haya creado antes el autor de «Crónicas del Angel Gris» y conductor del ciclo radial «La venganza será terrible», que ya lleva más de tres décadas en el aire.
Pareciera haber una modificación o ruptura del pacto clásico de lectura, una búsqueda de un lector más activo, que esté dispuesto a sorprenderse…
– A.D.: Sí, hay una búsqueda de un lector que sea de barrio. Este libro le reclama al lector que reconozca como propios algunos guiños, que sepa qué le pasa a determinadas personas en determinados momentos. No es un misterio, es una actitud de escritor desear que el lector conozca muchos tangos. El lector inocente es un inconveniente para este libro, que requiere de uno más cínico, adivinador de trucos.
– A.D.: Es como lo que vemos en los mitos, en donde los dones tienen su precio, un precio tremendo. El precio de la belleza, por ejemplo, aparece en mis libros. La belleza tiene una desgracia, un costo. Son cosas que yo he visto en la vida real. La vida de la mujer hermosa, por ejemplo. Siempre esas ideas vienen complicadas desde el punto de vista clásico, ¿no? Por ejemplo, cuando dos quieren a uno. Yo trato, igual, de no mezclar temas o problemáticas actuales con asuntos más clásicos. Me gusta más jugar con asuntos de mitos clásicos de la literatura. Mis personajes favoritos de esta novela son mujeres: como la maestra, que aparece como muy sensual, y al mismo tiempo, casi paralelamente, con una inteligencia exuberante.
Habituado a los procesos de creación colectiva, como podría ser considerado «La venganza será terrible» -el mítico ciclo de radio que conduce desde hace más de 30 años y que hasta la pandemia se emitía con el público presente en el estudio- , Alejandro Dolina suele conjurar la impronta solitaria del trabajo literario con rituales de intercambio que incluyen la colaboración de amigos, colaboradores y hasta de su hijo Martín, que participó activamente de la escritura de «Cartas marcadas», la novela que precede a la flamante «Notas al pie».
¿Qué juego o desdoblamiento hay entre el escritor protagonista de la novela, Morozov, y vos mismo como escritor? ¿Cuánto hay de vos en Morozov?
– Alejandro Dolina: Siempre los personajes de mis novelas se parecen mucho a mí. El viejo Marco Ferenzky, de «Cartas marcadas», es un viejo sabio y también soez, le gustan los chistes de churrasquerías, dice malas palabras por el puro gusto de decirlas, es un poco malvado. En «Notas al pie» Morozov es un hombre un poco perdido, no entiende muy bien dónde deja las cosas ni qué es lo que está haciendo, si realmente lo está haciendo bien… y tiene también cierta malevolencia en ese tipo de distracción. Y luego está De Robertis, el que ha sufrido las injusticias. Todos somos un poco ese personaje, porque creemos haber sido víctimas de injusticias, aunque no haya sucedido en realidad tal cosa. Y como De Robertis, todos buscamos una especie de venganza.
Siempre hablás del equipo que trabaja con vos y destacás el aporte de tus dos hijos. ¿Todo tu trabajo es una experiencia colectiva? ¿Cuánto hay de ellos en «Notas al pie»?
– A.D.: Mucho. La mayoría de las personas que trabajan conmigo son artistas o escriben. Ellos ven con qué intensidad me dedico a esto, el esfuerzo que me cuesta y la frustración que me producen los malos resultados. Trabajan junto a mí, a veces de un modo figurado y a veces concretamente, con acciones. Por ejemplo, me traen el dato de cuándo nacieron las notas al pie. Y a veces los consulto en momentos concretos del argumento, discutimos decisiones. «Cartas marcadas» la escribí directamente con Martín (Dolina, su hijo). Su mirada cinematográfica me ayudó a escribir esa novela.