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26 abril, 2021

Alejandra Costamagna: «Imposible salir de la tierra», una obsesión de papel

«Imposible salir de la tierra» de la escritora chilena es un libro de relatos sobre obsesiones, locuras y celos que dialogan, pero que mantienen su autonomía.

Por Carlos Daniel Aletto

«Imposible salir de la tierra» es un libro que reúne los últimos relatos de la escritora chilena Alejandra Costamagna, diez historias de obsesiones, locuras y celos, escritas entre 2005 y 2015, en las que los personajes vagan, cuento tras cuento, por espacios surrealistas en los cuales la autora hace deambular al lector hasta pararlo al borde del propio acantilado, ahí donde puede divisar la locura y la muerte.

Para Costamagna, los personajes de los cuentos que integran el libro publicado por Añosluz editora pertenecen a una misma manada, son animales solitarios que buscan un lugar donde echarse juntos, «aunque cada cual termine lamiéndose sus propias heridas», señala la escritora nacida en Santiago de Chile en 1970. O quizás son todos integrantes de una misma familia descuajeringada, patas para arriba. «O personajes secundarios de una película a la que llegaron de chiripa», dice.

Los relatos de «Imposible salir de la tierra» fueron escritos en distintos períodos, pero al reunirlos y darles el orden que tienen en esta obra pasaron a establecer relaciones inesperadas. La escritora no quitó las similitudes, sino que las potenció y las volvió más palpables. Su intención fue que dialogaran, pero que mantuvieran su autonomía, que funcionaran como las piezas de un rompecabezas donde los personajes y ciertos episodios van de una historia a otra.

El escritor Roberto Bolaño, luego de haber leído las dos primeras novelas de Costamagna – «En voz baja» y «Ciudadano en retiro»- la identifica como cabeza de una generación de escritoras chilenas «que promete comérselo todo». Su obra ha sido distinguida con varios premios, entre los que destacan el Altazor (2006) y el Anna Seghers al mejor autor latinoamericano 2008 (Alemania).

 

P: ¿Se puede comparar la «enfermedad» de los enamorados del primero y del último cuento del libro?

– Alejandra Costamagna: Seguro que sí. Pero diría que ante todo hay cierta pérdida de la realidad en ambos sujetos. Hay una sensación de irrealidad o de incertidumbre que los atraviesa. Es como si fuera la percepción de alguien con fiebre o alguien flotando en una piscina muy honda, en la zona donde no hace pie. Pero en estos dos cuentos que mencionas también está el ejercicio de extremar el cliché de perder la cabeza por amor. Aunque, claro, tienen algunas diferencias de enfoque.

En el primero, «La epidemia de Traiguén», la mujer que va hasta Japón siguiendo al jefe está desde la primera línea («La muchacha, dicen, es muy pero muy loca») enfrentándose con la idea de la locura amorosa. Una mujer enamoradiza o impulsiva es tildada de «loca». Un hombre en el mismo caso seguramente sería visto como romántico, jugado, loquillo quizás. Pero no «loco». Entonces hay una torsión del epíteto hacia el arrojo, que me interesaba alumbrar.

En el caso del protagonista de «Naturalezas muertas» vemos la distorsión en la idea de fusionarse con la pareja, de poseerla. Y ciertamente un entorno machista, que tiene varias capas. Pero sobre todo hay una línea difusa entre lo que percibe su cabeza y lo que ocurre en la realidad.

Es un sujeto que parece habitar como un extra de la película de su vida que alguien filmó sin preguntarle. Acá se ponen en duda los hechos y se amplía la madeja de posibilidades. Pero ambos son personajes raros, desfigurados, salidos de foco, como casi todos los del libro, por lo demás.

 

 ¿Esa extrañeza es la que crea el clima surrealista de estos cuentos?

– A. C.: Mencionaba recién lo de la fiebre o el estado de suspensión en una superficie acuosa. A veces me da la sensación de que algunos personajes están en una zona difusa entre lo real y lo imaginario, entre la vigilia y el sueño. Son pesadillas quizás, pero que no aparecen en un universo paralelo ni en una tierra incógnita, sino a la vuelta de la esquina.

De alguna forma se trata de poner en vértigo lo cotidiano, que es algo que estos meses de pandemia hemos vivido involuntariamente, ¿no? El clima enrarecido de los cuentos, esa extrañeza quizás tenga que ver con que lo más aterrador puede vivir con nosotros, a nuestro lado, adentro nuestro.

-¿Cómo trabajaste la cartografía literaria de Japón?

– A. C.: Japón aparece acá como un lugar lejano, remoto, impropio, casi alienígena. Por poco un lugar fuera de la Tierra. Podría haber sido Tombuctú y es lo mismo. Es lo otro, lo raro, lo distinto para nuestra mirada uniforme. Pero no hay ninguna intención antropológica ni realista. Es más bien asumir el filo del orientalismo como una pieza de ficción y como imagen de lo inalcanzable. Desde nuestra occidentalidad somos completamente ajenos a Japón, sin embargo hay una imagen de la penumbra y lo sombrío que se vuelve profundamente atractiva.

Pensando en Tanizaki, por ejemplo, irrumpe ese elogio de la sombra que permite encontrar la belleza en lugares que parecen insignificantes. Y en otro plano, creo que Japón figura estéticamente en el libro bajo la idea de cierta templanza (opuesta a la bulla occidental), a la que aspiran algunos personajes. Una templanza que, por cierto, estalla en pedazos en relatos como «La epidemia de Traiguén».

 

¿El doble es una figura que te interesa explorar en tu escritura?

– A. C.: No fui consciente de ese aspecto al escribirlos, pero mirado con distancia descubro que está ahí como una presencia continua. Y no sólo en los cuentos. En mi novela «El sistema del tacto», por ejemplo, hay un espejeo evidente entre los dos personajes centrales, Ania y Agustín, y también entre los protagonistas de una de las novelitas de terror que ellos leen: «Los niños diabólicos», que a su vez es otro espejo de Ania y Agustín.

Hay un imaginario presente en el doble de los hermanos, que aterra y seduce: las gemelas de Diane Arbus o las de «El resplandor», de Kubrick, o los mellizos de «El gran cuaderno», de Agota Kristof. Son íconos que nos remiten a algo temible.

 

¿»Are you ready» es el cuento que condensa la idea de muerte que aparece en otros de los relatos?

– A. C.: Más que la muerte, tal vez sea la pérdida lo que veo de fondo. Y la precariedad vinculada con las relaciones afectivas. Y los desastres íntimos, los pequeños cataclismos puertas adentro. Y el silencio que corre por debajo todo el rato. Y el absurdo cotidiano, la neurosis, el deseo, el ridículo. Aunque son registros muy distintos, hay un eco entre los cuentos. Pero no sé si tiene que ver con los temas puntuales. Más bien pensaría que el eco ocurre a partir la inclinación hacia una normalidad trizada.

Es curioso que menciones «Are you ready?» porque ese relato reapareció mientras escribía «El sistema del tacto» y entró en la novela con otras coordenadas. Me atrevería a decir que ese cuento redondea no sólo lo que aparece en otros relatos de «Imposible salir de la Tierra», sino en varios de mis libros: el cruce de la cordillera, el desarraigo, las genealogías interrumpidas. Y el deseo de que la calamidad -la muerte accidental, los hospitales, familiares muertos- pueda ser abordada sin la pátina de lo solemne ni de lo sentencioso.

 

¿»Naturaleza muerta» es el más teatral de estos cuentos?

– A. C.: Como decía al inicio, me interesa esa indefinición en el personaje de «Naturalezas muertas». Hay algo ominoso de fondo y todo indicaría que se trata de un sujeto paranoico y psicótico, pero no existe absoluta certeza de que así sea. Hay algo desdibujado ahí. El cuento está armado con esos insertos tipo relámpagos, que describen a la mujer y que parecen ser las señas de un guión cinematográfico o una puesta en escena teatral. Yo lo veo como una especie de cuento-película.

Las señas de los insertos a veces contradicen el cuerpo del relato. Entonces podríamos pensar también que conviven la representación de una realidad aparente con otra más profunda, apenas visible. Pero básicamente no sabemos en qué plano ocurre esa extrañeza, y la verdad es que no sé si quiero que lo sepamos y lo zanjemos y lo demos por cerrado.

 

 ¿Por qué el título del libro juega con las teorías conspirativas?

– A. C.: Más que la anécdota puntual del personaje que se traga las teorías conspirativas y está segura de que el hombre nunca llegó a la luna (un tema que daría para largo en estos tiempos peligrosamente conspiranoicos), el título lo pienso más bien en la línea de esa trizadura de la normalidad. De la aparente imposibilidad de huir de ciertos imperativos y al mismo tiempo de la imperiosa necesidad de hacerlo. El título de ese cuento y del libro tiene años, pero si lo pienso en la contingencia inmediata me da vértigo: qué ganas de salir arrancando ahora mismo y qué macabramente imposible hacerlo.

*AT