7 noviembre, 2021
El Gobierno, a punto de perder en las elecciones del 14 de noviembre, hace cuentas en Diputados y el Senado.
Por Ignacio Zuleta
La propaganda oficial hace balances de fantasía sobre décadas ganadas y décadas perdidas. La Argentina puede llegar a sumar otro lema: el cuatrienio perdido, que va de 2019 a 2023, los dos que pasaron y los dos faltan. Gobierna un peronismo dividido en cuatro pedazos – federales, Olivos, arrepentidos de Massa y el Patria – que cumple dos años sin arrancar la administración.
Heredó una economía que no sabe remediar y la golpeó una peste que ha derrumbado a varios gobiernos. En el primer examen legislativo, recibió otra paliza, consecuencia de no haber podido remediar la división. Apostaron a que el poder generaría algún liderazgo que ordenase a las tribus. Pero, al contrario, los caciques del peronismo han experimentado en dos años una disipación descomunal de su poder. Lo mide el desprestigio de las figuras en las encuestas y el resultado de unas PASO que los protagonistas creen que se repetirán dentro de una semana.
Al oficialismo le queda la esperanza de que las encuestas vuelvan a equivocarse. Ya erraron en las PASO, y el error de las muestras es una pandemia global, como la Covid 19 y nadie le encuentra vacuna o remedio. El 12 de setiembre el resultado que contradijo a las encuestas en el orden de ganadores internos de las fuerzas. En esta horas se generaliza la humorada de un sabio de la política: “sólo creo en las encuestas que me dan a favor”.
Claro que las encuestas, vistas así, dan risa. Pero es necesario tomar en serio las consecuencias de que la política se haya quedado sin instrumentos de navegación, como la sociología predictiva. Los mecanismos de indagación de los big data de la era del capitalismo de la vigilancia proporcionan un conocimiento profundo de las conductas que nunca existió antes. “Pensábamos que usábamos a Google, pero es Google el que nos usa a nosotros”, dice Shoshana Zuboff, autora del libro “La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder” (Paidós, 2020). Pero son incapaces de pronosticar y menos aún de guiar las conductas.
En la conducta de los políticos se ha disociado la relación entre el conocimiento y el interés. Sin ese marco ganan el marketing, la apuesta al cisne negro (hay traficantes de esa especie ornitológica, que es sorprender al soberano con mileis, chicholinos y coluches), el maquillaje y el tortazo en la cara. Los candidatos navegan sin luces, en una especie de tren fantasma, sin saber a dónde van.
En 2019 Mauricio Macri dijo que despertó el día de las PASO que sepultaron a su gobierno, engañado por las encuestas. Me habían dicho otra cosa. Podría ser una boutade de Mauricio, son su especialidad. Pero, más grave aún, hubo empresarios e inversores que perdieron en aquel momento millones de dólares, engañados, dicen, por las encuestas que les habían prometido un triunfo de aquel Cambiemos. Difícil imaginar tamaña disociación entre el conocimiento y el interés.
No es más pacífico el clima en la oposición, que saca pecho por adelantado, forzada a sostener los pronósticos de las encuestas, porque les dan mejor que nunca. Ese ánimo dispara fantasías y proyectos que promueven audacias. En Cambiemos sordos ruidos oír se dejan sobre la futura conducción del interbloque y, eventualmente, la de la Cámara, si ganan la primera minoría y se convencen de la oportunidad de asumir esa responsabilidad.
No es pacífica la doctrina al respecto. El ala Olivos – por las oficinas de Macri – cree que hay que apoderarse del cargo de Massa si tienen los votos. Es una señal de poder que le interesa dar a Patricia Bullrich, que encabeza la iniciativa. Elisa Carrió sostiene lo mismo por otras razones. Quiere prevenirse de un entendimiento entre el ala peronoide de la oposición y el PJ para poner de nuevo a Emilio Monzó en ese cargo, como entre 2015 y 2019. Si lo hicieron cuando Cambiemos era minoría en la Cámara, ¿por qué no lo harían ahora?
Frente a ellos están los caciques con ejercicio efectivo, como Mario Negri, Cristian Ritondo o, fuera de la cámara, pero jefazo si los hay, Horacio Rodríguez Larreta. Temen el abrazo del oso que intentó en 2009 Cristina cuando perdió las elecciones, con el llamado a un acuerdo político.
Creen que, si el peronismo pierde las legislativas del domingo próximo, tiene que hacerse cargo de ese resultado, explicarlo a propios y extraños y hacer las rectificaciones que sean necesarias. Se ríen de Massa cuando clama, asumiendo por adelantado una derrota del oficialismo, por un acuerdo político que filtra el Gobierno a la prensa.
En este ala opositora creen que antes de venir a hablar de un acuerdo, se tienen que poner de acuerdo entre ellos. Sobre el FMI el peronismo está dividido: Guzmán dice que hay que acordar, el cristinismo extremo que no, y Alberto dice que es fácil pero que no podría mirar a nadie a los ojos. Curiosa afición por la oftalmología. Sobre el control de precios, el gabinete pide que lo hagan Nación, provincias y municipios. Pero Schiaretti, el gobernador más importante del peronismo dice que esa receta siempre fracasó. Con estas divisiones dentro del oficialismo, nadie cree en la oportunidad de sentarse a acordar nada.
El rol de la oposición está en examen cualquiera sea el resultado. Y para ese escenario todos ensayan variaciones de la fábula de la lechera, contando ganancias futuras. A Patricia Bullrich se le atribuye la responsabilidad sobre un grupo de whatsapp que coordina su candidato a diputado, Gerardo Milman, que sondea voluntades para exaltarla a jefa de bloque, interbloque, o de la Cámara si es posible.
Va por todo con el lema: el candidato de 2023 es Mauricio, y si no llega, quedo yo. El mismo razonamiento de Felipe Solá antes de 2019: Cristina es la candidata, y si no llega, quedo yo. Le hicieron la zancadilla albertista. Después del 10 de diciembre, el interbloque se animará mucho más: al PRO, la UCR y la Coalición lilista se sumará un bloque de Monzó, que puede llegar a ser de entre 5 y 11 diputados con una camiseta peronoide; otro de Ricardo López Murphy, de casaca radicaloide; y uno más de Claudio Poggi, sanluiseño que no es del PRO ni de la UCR.
Un presidente de ese interbloque tiene que contener demonios incontrolables. Mario Negri lo hace hasta ahora porque impuso la doctrina de que el presidente del interbloque tiene que ser, además, quien conduzca uno de los bloques mayoritarios, para evitar trabas internistas. Por eso él es jefe del bloque UCR y del interbloque, como en el Senado Luis Naidenoff reúne los sellos. Esa jefaturas se discutirán a la luz de los resultados del domingo.
Durante la gira de campaña por Chubut, Larreta dedicó un aparte a analizar el escenario del futuro del bloque PRO junto al secretario político Álvaro González. Larreta en ese juego es más Vidal-Ritondo que Bullrich, que es más Macri. Su chance 2023 también se juega en este tapete de Diputados.
Algún adelanto aportarán los radicales este lunes. Cierra la presentación de listas para las elecciones en CABA de los delegados al Comité Nacional. Son 4, que eligen y pueden ser elegidos presidente del partido en la asamblea de delegados de todo el país, al Comité Capital y a la Convencional Nacional del partido. Hay clima de unidad después de meses de confrontaciones entre el oficialismo de la UCR porteña (el nosiglismo lustosista y el angelicismo), aliada a Larreta, y la minoría del distrito que se sindica en dirigentes como Jesús Rodríguez, Ricardo Gil Lavedra o Facundo Suárez Lastra.
Es un cóctel complejo, porque quienes son mayoría en la Capital son minoría en el conjunto nacional, y conviene que cada cual saque lo que quiere en donde puede. El oficialismo radical propone llevar en la nómina de delegados a la Convención a seis u ocho representantes de la minoría. Tanto en el Comité Nacional como en la Convención, los delegados de la CABA son minoría.
Esto vaticina que perderán la elección a presidente del partido en manos de Gerardo Morales, a quien respalda el interior. Por eso negocian posiciones para integrar una mesa más equilibrada y que rescate la figura de Lousteau. Éste igual será nominado este lunes delegado al Comité Nacional, junto a Daniel Angelici. Ceden posiciones en la Convención para que la integre Gil Lavedra. Es el candidato del ala federal (Morales, Negri, Sanz, Jesús, etc.) a presidir esa Convención, que decide la fórmula presidencial y la política de alianzas.
Bajarlo a Lousteau ahora sería adelantar una señal derrotista que sus patrocinantes no quieren dar, para no bajarle el precio como candidato presidencial en 2023. Los radicales de todas las bancas lo apoyan en su candidatura a jefe de gobierno de CABA en 2023. Simplificando: entre los radicales porteños nadie le discute el proyecto aldeano, algo que le cuesta imponer en el orden nacional frente a la postulación de Morales. Como es una figura de escenario, se estresa cuando estas diferencias de hacen evidentes.
Con la glándula del conocimiento en crisis, se desata con desenfreno el interés. Y cada cual actúa según su conveniencia en el corto plazo. Cristina se salva porque padece su salud, y eso la saca del escenario. Nunca más oportuno ahora, cuando los pronósticos que le acercan vaticinan un bloque de 35 para el oficialismo del Senado, dos menos que el quórum, que son 37. Pasa a depender del rionegrino Weretilnek y de los misioneros. No es vida, señor.
Sergio Massa camina en círculos por el ring preguntando qué hacer si la oposición es primera minoría después de diciembre en Diputados, y lo sacan de la presidencia y de la línea de sucesión. Juan Manzur y Juan Schiaretti libran en las sombras la pelea más jugosa del oficialismo: el liderazgo sobre el peronismo territorial – gobernadores e intendentes – para los dos años que restan hasta 2023.
Alberto Fernandez pide la ficha de afiliación al PAMI en actos con Evo Morales y Rafael Correa, que tienen más pasado que presente o futuro. Sólo se consuela con el apelativo del «Mitterrand latinoamericano» que le propinó Marco Enríquez-Ominami, candidato presidencial en Chile que se dice su amigo «íntimo». Esa intimidad no basta para que lo haga figurar en el cuadro de honor de los presidentes que vacunaron mejor.
No lo premió a Alberto sino a Sebastián Piñera, pese a que su delegada en Olivos, la asesora Cecilia Nicolini, trafique vacunas para el gobierno argentino. Lo disculpa a MEO (así lo llaman con cariño los amigos) que tenga, también, otras visiones erradas sobre argentinidades. Como atribuirle al gobierno de Macri el entuerto con Chile en torno a la delimitación de la plataforma continental. Ese trabajo, que ahora confrontan los chilenos, es quizás la única política de Estado que tiene la Argentina, respetada por todos los gobiernos.
La Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental funciona desde 1997, por una ley sancionada durante el gobierno de Carlos Menem (Ley N° 24.815).
Alberto es de los políticos que tienen una confianza ciega por las imágenes. Sus asesores deberían revisar esa tendencia. Su malandanza se disparó por las fotos cumpleañeras en Olivos en tiempos inconvenientes. Tampoco se beneficia con otros meneos. Se frota con Evo y Correa, a quienes no les va nada bien. Lo atracó a Joe Biden en Roma, y a los pocos días el amigo americano era noticia por su fracaso en el primer test electoral. Ominami es candidato presidencial en Chile para las elecciones del 21 de noviembre. No figura en la grilla de los posibles ganadores en las encuestas que este fin de semana favorecen al postulante conservador José Antonio Kast, que está en las antípodas. Un muestreo de este domingo lo pone ganando en primera y en segunda vuelta.
La política es un oficio de gente fatalista, supersticiosa y cabulera. Le tienen más respeto a los tarotistas y a las mancias adivinatorias que a las encuestas. Construyen imágenes sobre quién aporta y quien suerte. Por eso a veces es mejor evitar las que pueden generar leyendas dañinas.