12 septiembre, 2021
Por Ignacio Zuleta
El presidente buscará convertir el triunfo en las PASO en un plebiscito sobre su gestión. Macri, elegido como la Cristina del oficialismo.
Las elecciones de este domingo pueden consagrar otro argentinismo: que lo menos importante sea el resultado. Nadie espera sorpresas por fuera de los bordes. Las familias políticas van a repetir, como cada dos años, el mismo impulso de adhesión al peronismo y al no peronismo. En ese tablero cada cual elige su juego.
Alberto Fernández ha buscado convertir esta elección en un plebiscito de su gestión. Sabe que la suerte del peronismo no depende de sus candidatos -chistes, discursos, promesas, mentiras dichas con sinceridad (Dolina) – sino de que se mantenga unido.
En los brindis con gobernadores a quienes ha visitado en esta campaña, les impone su objetivo: llevar al peronismo a la primera victoria en elecciones de medio término desde 2005. Salvo en los turnos en los que hubo presidenciales, el peronismo perdió por estar dividido: 2009, 2013, 2019.
En esto Alberto adelanta un festejo por una cruzada ajena: es parte de esa unidad virtuosa del peronismo que cifró su regreso al poder nacional en 2019, pero no el único dueño. Es un mérito colectivo de su fuerza.
Su celebración de un triunfo este domingo en la sumatoria de votos de todo el país no valdrá más que la de Francisco de Narváez en 2009, cuando les ganó, en tres al hilo, a Kirchner, Scioli y Massa -además de Nacha Guevara, que aún nos canta- en las elecciones a diputados nacionales.
No era Francisco, que no se sabe hoy dónde está: era la sociedad sobre la que cabalgó un personaje ingenioso, al punto de ser uno de los pocos que en este oficio le ha sacado votos a la plata. Previsible en un país donde los mandatarios celebran la llegada de la nieve como si hubieran inventado las vacaciones de invierno, y piden que se los agradezcan a ellos.
La elección por el gobierno de Mauricio Macri como contradictor buscó explotar su costado negativo en la opinión pública. Pero repite la estrategia de Cambiemos en 2017-2019: la eligieron a Cristina como adversaria creyendo que la demonización de su figura arrastraría al peronismo al descrédito. Esa estrategia figura como el principal error de aquel gobierno, que no leyó el resultado de 2017 con acierto. Previsible también en un país donde los políticos saben qué representan, pero no a quién representan.
Suelen hablarle al electorado ajeno, esperando quebrarle las convicciones. Un gasto inútil. En 2019 la Argentina del banderazo votó a la fórmula Macri-Pichetto en 5 de los 7 distritos más grandes, que aun así perdió. Ese público está vacunado de peronismo. Tal como el del peronismo de Buenos Aires apoyó con el 37% de los votos a una Cristina incendiada en tribunales. Era algo que no la afectaba en su electorado.
También los analistas tienen que revisar sus percepciones: construyen escenarios y profecías sobre la elección más importante de la historia (¿?) como si los debates en programas de cable de 2 puntos de audiencia reflejasen la realidad del país que va a 24 elecciones, con una lógica propia en cada distrito. A los bancos les aconsejan el KYC – Conozca a su cliente (Know your customer)- para evitar delitos. Deberían aplicarlo los políticos.
Puede ser un error ignorar que el nombre de Macri sigue significando algo para el público moderado de centro, el que decide las elecciones en los grandes distritos: será otra constatación cualitativa de las elecciones. Por esta razón cada uno de los caciques de la trifecta presidencial se ha puesto un objetivo para este turno.
Cristina busca resignificarse como líder de un peronismo no pejotista. Recordó en Tecnópolis que el peronismo del Senado la había dejado sola y había permitido que la allanasen siendo senadora. Se diferenció del peronismo en la provincia de Buenos Aires, justo el distrito donde esa fuerza tiene más poder. Tanto, que le permitió imponer listas únicas en todos los cargos en disputa, a costa de desflecar la fuerza de Máximo como nuevo presidente del sello partidario que le disputó Fernando Gray. Salvo en 25 partidos bonaerenses, en donde hay disputa a nivel municipal, el resto es lista única.
El esfuerzo es para mantener una sumatoria de votos superior a la que pueden juntar Santilli y Manes para la oposición. Aún así, el desafío es repetir un imposible, los 17 puntos de diferencia que logró el peronismo en las PASO de 2019 frente a Vidal.
Cristina, de rebote, se enajenó el afecto del peronismo del interior. Lo bardeó a Miguel Pichetto -el guardián de sus fueros para que no fuera detenida, un detall – por votarle leyes a Macri. Un error grueso: Pichetto como jefe del bloque en el Senado hasta 2019 fue el representante del peronismo del interior y, junto a Sergio Massa en Diputados, representó a la liga de gobernadores en todas las negociaciones con el poder central y las provincias.
La dialéctica entre el peronismo del interior y el del AMBA articula las relaciones en el oficialismo. Como lo fue en los años ‘80 entre renovación y ortodoxia, en los ‘90 entre menemismo y duhaldismo y en la primera década del siglo entre el duhaldo-kirchnerismo y el interior. Por no entenderlo Cristina perdió en 2015 nada menos que con Scioli de candidato. Había que tener ganas de perder, a menos que fuera un error estratégico de Olivos, que se pegó a Zannini y Aníbal.
Ese peronismo se alzó en la mesa de Córdoba (Schiaretti, Massa, Urtubey, Pichetto, Lavagna) como una renovación frente al cristinismo del AMBA. Dinamitar esta liga fue el objetivo necesario para recuperar la unidad del partido, al calor de la crisis del macrismo desde abril de 2018 (acuerdo fúnebre con el FMI).
Hay razón para la inquietud de Cristina: si el peronismo pierde bancas en el Senado, baja el valor de sus acciones en la sociedad presidencial y quedará más débil ante los adversarios de quienes más debe temer, Alberto y Massa. Existen por contraste con ella.
El cambio contrarreloj de la reglamentación de la PASO de JxC en la CABA expresa la idea del oficialismo de que podría haber una fuga de sufragios en favor de la opción de Javier Milei, si Ricardo López Murphy quedaba afuera de las candidaturas por aplicación de la paridad de género.
Es un error hacer política mirando encuestas; peor aún es ignorarlas del todo. Reemplazan con métricas resbaladizas la falta de olfato y/o visión profética, atributos alternativos del buen político. El argumento de prevenirse de esa ventanilla abierta es que los predicadores de la ortodoxia económica – Milei, Espert, Cachanosky, antes Melconian, etc. – instalan con ocurrencia profesional (son intelectuales informados y eficaces comunicadores) consignas que confrontan con el oficialismo.
Esto explica la fascinación de los animadores militantes – alguno llega a tratarlo a Milei de «Javi», con la amabilidad de un Víctor Hugo hacia Cristina. También justifica el patrocinio de sectores de interés sin los cuales no se explican las pantallas militantes (del oficialismo y de la oposición).
Es notable la candidez de políticos y empresarios hacia las profecías de los encuestadores. Hay todavía quienes lloran en el muro del desengaño de 2015, cuando creyeron que JxC podía ganar las PASO presidenciales o que el resultado llevaría al país un ballotage medianamente competitivo. El propio Macri, en el libro de sus recuerdos de aquellas horas, confiesa que poco menos que lo engañaron con esos pronósticos.
Con la intención de prevenirse de la pérdida de votos por derecha -fueran muchos o pocos, se verá este domingo- los apoderados de los 15 partidos de la coalición JxC se embutieron entre miércoles y jueves en una negociación de un nuevo protocolo que lo rescatase al soldado López Murphy.
En los cuarteles de la calle Balcarce negociaron un sistema simple para salvarlo de esa trituradora de machirulos que es la ley de paridad de género. Es el mismo sistema de alternancia hombre-mujer en las listas que puede producir un inesperado desplazamiento del perdedor de la PASO del peronismo en Santa Fe – Rossi o Lewandowski.
El mago del reglamento de Juntos en la provincia de Buenos Aires fue Manuel Terradez, que urdió un ingenioso mecanismo de bandas para asignar los cargos por pares, según la cantidad de votos que saquen las listas de Santilli y Manes. Los salvó de los efectos de la mezcladora.
En la CABA la negociación la hicieron tres nombres que no firman el acta – reservada a autoridades partidarias: Fernando Straface – jefe de campaña de la lista de Vidal, Mariano Genovesi, apoderado de la UCR y Fernando Sánchez, ojo paritario de Lilita.
La conversación que los ocupó durante casi toda la semana tiene una sintaxis que conviene retener, porque describe en pequeño un método de construcción que es característico de la coalición opositora en todo el país: acá se discute todo. Es lo que le da vida al no peronismo, así como el dedazo le da vida al peronismo, que no se plantea una crisis por la paridad: la tiene asumida y aceptan lo que se baja como consigna.
La liga opositora es tan horizontal que no hay liderazgo que pueda dominar por sobre todas las tribus. De los tres partidos centrales, sólo la Coalición tiene un liderazgo indiscutido, que es Elisa Carrió. El PRO y los radicales debaten sin cuartel posiciones de hegemonía que surgirán de las elecciones de este año. Hasta que no se conozcan quienes ganaron o perdieron el PRO estará tironeado entre Macri, Larreta, Vidal y Bullrich. Y el radicalismo entre Nosiglia y Morales, Negri o Cornejo. Y sus vicarios, como Lousteau o Manes.
La otra consigna es: hay que darle certidumbre al resultado. Si lo dejamos a López Murphy en un limbo por aplicación eventual de la paridad, le ofrecemos al electorado nuestro una zona gris. Aclaremos ahora que a López Murphy lo queremos en la lista de candidatos, y que entre.
¿Se sacrifica alguien del PRO o de la UCR? Tiembla Fernando Iglesias, que tendría que dejarle el lugar a López Murphy si se pone en funcionamiento el método elegido: la mezcladora de candidaturas debe garantizar 1) la paridad de género y 2) el orden original de la lista. La lista mayoritaria cede cargos para que la minoría no quede postergada. Pero la minoría paga esa cesión entregando una candidatura de más abajo por el canje. El objetivo, que el público no diga que votó una cosa y sale otra.
Se dice fácil, pero los competidores se anotaron con un reglamento y se lo cambiaron a último momento. No es una trama cerrada aún, incluso después de la elección. El reglamento es un acuerdo entre los partidos que integran la coalición. El PRO, la UCR y la CC han llegado a este nuevo reglamento, pero si algún postulante se siente afectado puede accionar en la justicia porque le cambiaron las reglas después del cierre de listas.
Si una persona, con el nuevo reglamento se ve desplazada por la incorporación de López Murphy tiene acción para reclamar. Esta negociación está amparada por la idea de que las normas de las PASO las ponen los partidos. Y hasta el momento de las primarias, las bancas son de los partidos. Después de las elecciones, las bancas son de los candidatos. Por eso había que negociar contra reloj y con el corsé de una legalidad complicada, que mezcla componentes que es mejor tener controlados, como las drogas o los explosivos. La mezcla del sistema D’Hont y la paridad es kriptonita, bromeaba uno de los negociadores del rescate del soldado Murphy.