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13 enero, 2021

Agota Kristof, la autora que creó una obra desde una lengua aprendida en el exilio

En «La analfabeta», Agota Kristof dice que en su infancia contrajo «la incurable enfermedad de la lectura» y asumió el desafío de afincarse en una tierra nueva con una lengua diferente.

Por Emilia Racciatti

En los relatos autobiográficos que componen «La analfabeta», Agota Kristof dice que en su infancia contrajo «la incurable enfermedad de la lectura» y que cuando se tuvo que ir de Hungría en 1956, exiliada y cruzando a pie la frontera para instalarse en Suiza con su marido y su beba de cuatro meses, sintió que perdió definitivamente la pertenencia a un pueblo porque tuvo que aprender una lengua nueva -el francés- para poder recuperar esa práctica que la sostuvo ante lo irreparable.

Para muchos es la autora de «Claus y Lucas», la trilogía compuesta por «El gran cuaderno», «La prueba» y «La tercera mentira», que llegó a la Argentina editada por Libros del Asteroide y en la que dos hermanos mellizos viven el desarraigo y el pobreza a partir de la guerra y juntos diseñan un camino de supervivencia en la casa de una abuela cruel y desapegada a la que llaman Bruja.

«A fuerza de repetirlas, las palabras van perdiendo poco a poco su significado, y el dolor que llevan consigo se atenúa», señala ese narrador en primera persona del plural que cuenta los días de estos hermanos con la capacidad de desarrollar el ingenio para mejorar sus días después del destierro y el destrato de esa abuela que los recibe en su casa a desgano.

Si en «El gran cuaderno» no sabemos si el que escribe es Claus o Lucas, ese interrogante crece y toma distintas formas a lo largo de «La prueba» y «La tercera mentira» porque Kristof demuestra que la potencia de la literatura es la posibilidad de cuestionar hasta lo que unas páginas atrás nos parecía verosímil.

En «La analfabeta», recientemente editado por el sello Alpha Decay, podemos conocer más acerca de esta escritora nacida en Hungría en 1935 que tuvo que abandonar su país en 1956 luego de que la contrarrevolución contra el régimen prosoviético -en la que participó su marido- haya sido derrotada pero que antes había atravesado la Segunda Guerra Mundial en un país ocupado por el ejército alemán e invadido por las tropas soviéticas en 1945.

«Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que cae en mis manos, bajo los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa. Tengo cuatro años. La guerra acaba de empezar», escribe en el primero de los once relatos en primera persona que dan forma a «La analfabeta».

En el prólogo, Josep Maria Nadal Suau cuenta que estos textos «fueron apareciendo en una publicación alemana y luego tomaron forma unitaria en su primera edición francesa en 2004» y advierte que el tema que los une es la escritura, práctica sobre el que la autora vuelve una y otra vez porque en esa vida fue la llave para reinventar la experiencia pero también para recuperar lo dejado, la infancia, el país de origen.

«No he escogido esta lengua. Me ha sido impuesta por el destino, por la suerte, por las circunstancias. Estoy obligada a escribir en francés. Es un desafío. El desafío de una analfabeta»
Pero el primer contacto con la escritura como refugio se establece cuando llega a un internado, a los 14 años, el momento el que dice que se quiebra «el hilo de plata de la infancia» y «para soportar el dolor» le queda «una solución»: la escritura.

Si bien en francés, idioma que comienza a estudiar a las 26 años, escribió obras que se convertirían en clásicos de la literatura como «Claus y Lucas», en sus días en el internado «no podía imaginar que pudiera existir otra lengua, que un ser humano pudiera pronunciar una palabra» que ella no comprendiera.

Sin embargo a los 21, recién llegada a Neuchâtel, una pequeña ciudad de Suiza, con su marido y su beba de meses comienza su lucha para conquistar el francés y será una tarea que durará hasta su muerte en 2011 aunque en los últimos años había decidido dejar de escribir. Ese encuentro con el francés, en el que escribirá toda su obra, se profundizará cuando a los 26 años se inscriba en los cursos de verano para aprender a leer de la Universidad de Neuchâtel, destinados a los estudiantes extranjeros.

 

«No he escogido esta lengua. Me ha sido impuesta por el destino, por la suerte, por las circunstancias. Estoy obligada a escribir en francés. Es un desafío. El desafío de una analfabeta», cierra su libro autobiográfico Kristof

 

Ese proceso de aprendizaje incluyó sus jornadas en una fábrica de relojes en la que escribía poemas aprovechando el ritmo regular de las máquinas que la ayudaba a contar los versos y a los que volvía por las noches después de acostar a su hija y lavar los platos. En ese rato previo a las horas de sueño que se cortaban a las 5.30 cuando sonaba el despertador para comenzar una nueva jornada, Agota se disponía a escribir a diario. En ese ritual produjo obras de teatro que fueron llevadas a escenarios de pueblos suizos pero también recreadas en la radio.

Ese camino la encontró, más tarde, escribiendo obras para alumnos de la escuela de teatro del Centro Cultural de Neuchâtel y en ese ritmo comenzó a escribir relatos breves sobre sus recuerdos de infancia que fueron creciendo y se convirtieron en su primera novela. Con convicción y certidumbre reconocidas, Kristof presenta ese trabajo en tres casas editoriales distintas y será en Edtions du Seuil donde reparen en «El gran cuaderno»: «Hace años que no leía algo tan bello», fueron las palabras de Gilles Carentier, el editor que la llamó y le anunció que preparaba su contrato porque publicaría la obra.

A esa primera novela le seguirían «La prueba» y «La tercera mentira», la trilogía traducida por Ana Herrera y Roser Berdagué al español que se pudo leer en 33 idiomas y llevó a la escritora húngara a cosechar premios como el Alberto Moravia en Italia, el Gottfried Keller, el Friedrich Schiller en Suiza, el premio austríaco de Literatura Europea y hacerse un lugar central entre los candidatos al Nobel.

Sin embargo, las vidas de Claus y Lucas no son sus únicas ficciones, ya que también es autora de la nouvelle «Ayer», publicada en 1998 , la historia de un amor tormentoso que llegó al cine por el italiano Silvio Soldini en 2002 con otro final, más feliz que el de obra incial; y el libro de relatos «No importa», que llegó a las librerías en 2005.

«Uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que escribe»
Sin dudas fue la trilogía la que la ubicó en un lugar central del escenario literario, ya que publicado por primera vez en los años 80, se trata de un trabajo en el que Kristof logró dar vida a dos personajes que no se pueden abandonar porque tienen la capacidad de llevar al lector a habitar sus incertidumbres, pesares e ilusiones siempre a un paso de la escritura y la lectura como un espacio en el que se puede respirar en medio de la pesadumbre cotidiana.

En esas páginas son varios los que se proveen de un cuaderno para escribir porque es a través de esa pista que se va armando la pregunta por quién está contando la historia, que parece decirnos Kristof que no es más que el intento de construir una memoria, una trama allí donde todo parece desvanecerse por la guerra, por sus consecuencias en los cuerpos de los que vivieron el horror como protagonistas o testigos.

«Uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que escribe», apunta la autora en uno de los últimos textos de «La analfabeta» sobre una tarea que emprendió con obstinación con el objetivo de conquistar una lengua nueva.

 

*AT