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11 marzo, 2022

Acuerdo FMI: Un logro muy costoso y que aún no soluciona nada

El camino hacia la aprobación del acuerdo con el FMI exhibe tanta impericia como la falibilidad de las premisas que guían al Gobierno

Acuerdo FMI: Un logro muy costoso y que aún no soluciona nada

Por Claudio Jacquelin

Alberto Fernández puede empezar a respirar más tranquilo. Solo un poco. La Cámara de Diputados se dispuso a aflojarle la soga al cuello. Pero el camino hacia la aprobación del acuerdo con el FMI exhibe tanta impericia como la falibilidad de las premisas que guían al Gobierno. También amplifica consecuencias negativas.

Los costos que debió pagar Fernández para lograr el apoyo del Congreso pueden dimensionarse con los errores de cálculo, la falta de cohesión interna y la información sesgada con las que afrontó este proceso, desde los comienzos de la negociación. No se cumplió casi ninguna de sus previsiones. Ni en tiempo, ni en forma, ni de fondo.

Resignación de objetivos y de principios, violencia en la calle y fisura de la coalición oficialista, magnificada por el portazo previo y la ausencia en tiempo real de Máximo Kirchner, son pasivos que deja este trámite aún inconcluso. Demasiado cuando el acuerdo aún debe atravesar la estación del Senado. Allí donde impera la silente madre del diputado díscolo, más preocupado por preservar su identidad política y la de La Cámpora que por respaldar al gobierno que integra su agrupación.

Se trata de la relativización hasta el extremo de uno de los axiomas con los que los colaboradores del Presidente intentaban insuflar optimismo y demostrar control de la situación en los días previos al tratamiento parlamentario.

“En la debilidad de Alberto está su fortaleza”, es la máxima de la Casa Rosada que repetían hasta hace apenas 72 horas. Entonces, aún se ilusionaban con la aprobación del proyecto de ley con el que buscaban ampliar la base de sustentación y entrampar a una oposición, a pesar de que la maltrataban en los considerandos de la iniciativa que querían que le votaran. Demasiadas ambiciones para tan escasas fuerzas. Ahora los hechos evidencian que no alcanza con agitar el miedo al colapso. Nadie quiere volver a 2001. Así, aquella premisa solo deja expuesta la fragilidad presidencial y agudiza las dificultades que enfrenta su administración.

De poco sirvió el dramatismo que les imprimió el Gobierno a las operaciones desplegadas en la última semana para tratar de obtener apoyos opositores que compensaran las defecciones propias, sin concesiones. Desde sindicalistas cercanos hasta empresarios lejanos recibieron presiones para que ayudaran a alterar el fiel de la balanza.

Por ejemplo, el propio Fernández y Gustavo Beliz, su nexo con los factores de poder económicos, fatigaron los celulares de la élite gremial y empresaria, muchas veces con la ayuda de un sensibilizador de almas curtidas, como el jesuita Rodrigo Zarazaga, devenido más en operador que pastor.

El intento por lograr que las cámaras empresariales firmaran un pronunciamiento de apoyo preelaborado en la Casa Rosada tuvo un trámite casi tan tortuoso como el del proyecto de ley inicial. Los destinatarios más reticentes veían en el texto que les pedían suscribir casi una extorsión a la oposición. El Gobierno debió conformarse con un comunicado en el que se pedía evitar el default. Nada nuevo para estos firmantes. Nada que cambiara el curso de los hechos. Peor aún, la presión logró que quedara de manifiesto la decepción, cuando no el rechazo, que concita Fernández entre la dirigencia sectorial. Aun entre muchos que originalmente se ilusionaron con su llegada a la presidencia. Otra inversión ruinosa.

No tan mal le fue durante su gira por España al ministro del Interior, en misión exterior, con empresarios y políticos españoles. Cumplió el objetivo de transmitirles que el retaceo al apoyo al acuerdo con el FMI por parte del cristicamporismo no era tanto como el que Máximo corporiza en defensa propia. Pareció desnudar que se trata de un capítulo más de esa tradición peronista que para el mundo resulta exótica: ser oficialismo y oposición al mismo tiempo. Policías buenos y policías malos para controlar la situación. Y se ocupó de hacerlo público con la entrevista que le dio al diario El País. Ofrendas a Fernández con costas a cargo de la Presidencia.

También implica un aporte a la devaluación de la autoridad presidencial la centralidad que adquirió Sergio Massa para facilitar el tratamiento y la aprobación legislativa del refinanciamiento de la deuda. “Es la hora de El Sergio de la gente”, ironizaban en el albertismo, haciendo referencia al título de la afamada biografía de Maradona. Cuando no se sobregira, el tigrense es un goleador que sabe aprovechar las oportunidades que se le presentan.

El titular de la Cámara de Diputados le torció el brazo o logró convencerlo a Fernández (todo depende de quién lo cuente) de la inviabilidad del proyecto que tenía por autor intelectual y guardián a Martín Guzmán, un blanco desde hace tiempo del dueño del Frente Renovador, que sueña desde siempre con poner en ese despacho a otro Martín (Redrado).

El ministro fue despachado a Houston, territorio donde talla uno de los sponsors principales de Massa, con la insólita y extemporánea misión de tratar temas que ni en su ministerio maneja (como la energía). Hasta hace 48 horas Guzmán aunaba en su favor la intención de la Casa Rosada de dejar atada a la oposición con la búsqueda de un blindaje político personal ante eventuales derivaciones judiciales del programa que acordó con el FMI. Su plan no tuvo sustentabilidad.

 

 

 

Sombras sobre Guzmán

 

 

 

Fernández lo defendió hasta que las evidencias demolieron el argumento de que desde Washington demandaban la aprobación tanto del nuevo endeudamiento como del programa derivado de este. Massa y varios dirigentes de la oposición con llegada al Fondo, como el diputado y economista del macrismo Luciano Laspina, hicieron caer la coartada de Guzmán. Sombras para el ministro, que tenía por mandato excluyente renegociar la deuda y la ilusión personal de capitalizarla políticamente. Queda por dilucidar si la versión de que no le habría dicho la verdad al Presidente refleja lo ocurrido o si es un intento del albertismo por salvar a Fernández.

Los incidentes en la calle fueron otro costo que pagó y que quería evitar el Gobierno. Desde su instalación nacional, el kirchnerismo procuró estar del lado de los tirapiedras. La cuenta de Twitter @TuitsBorrados recordó el posteo de Cristina Kirchner cuando se debatía la reforma previsional del macrismo, en diciembre de 2017: “Si el Congreso tiene que sesionar de esta manera, vallado y militarizado, es porque lo que se está debatiendo adentro va en contra de los intereses de las mayorías”. Si la vicepresidenta lo leyó le debe haber hecho tanto ruido como las piedras que rompieron vidrios de su despacho.

A pesar de la tendencia de Fernández y los suyos a sobregirarse en sus expectativas y de las concesiones esenciales que debió hacer, el Gobierno podrá contabilizar a favor el apoyo logrado para sesionar y para lograr la aprobación del proyecto. También podrá sumar las fisuras que siguen en el seno de la oposición, aunque no hayan servido para dividirla. Todo es demasiado relativo, y “si la debilidad es la fortaleza de Fernández”, algo es algo. El riesgo de ir por todo y quedarse con nada era demasiado alto.

La oposición de Juntos por el Cambio también pondrá en su activo que siguen juntos a pesar de tantos cambios, aunque no les resulta fácil y algunos juegan al límite. Es el caso de Gerardo Morales, el presidente de la UCR, que nunca cejó en su afán por ayudar al Gobierno respecto del acuerdo con el FMI y que por Twitter volvió a marcar diferencias con Pro. No lo afectó que dos días antes una ministra nacional lo haya vuelto a acusar de tener en su provincia a una presa política. En su propósito de instalación nacional desde la periferia, elige entre contradicciones secundarias y principales. A sus socios de la coalición opositora no les resulta tan fácil distinguirlas.

En un camino tan ripioso, todos dejan algo en el trayecto. Aunque para algunos sea demasiado en contra de su voluntad.

A solo 48 horas de insinuar su precandidatura a la reelección, Alberto Fernández obtuvo un logro por el que debió pagar un alto precio. Y sin que le traiga ninguna solución de fondo. La aprobación del acuerdo con el Fondo es apenas el comienzo de un largo y complicado viaje con escala en 2023.

 

*NA/ LN