25 agosto, 2024
Por Sergio Marcelo Mammarelli*
Al igual que en el “éxodo”, Milei se autoproclamó como Moisés, el guía del pueblo argentino en la salida de la oscura crisis, y la liberación de la sociedad en nuestra marcha por el desierto del ajuste para llegar al crecimiento económico sostenido de la patria prometida. Para eso, aceptamos una alianza a partir de algunas premisas muy parecidas a las tablas del monte Sinaí que nadie puede discutir, como que la inflación es un exclusivo fenómeno monetario, o que la libertad y el mercado son las únicas herramientas para alcanzar nuestro bienestar, etc. Será por todo eso que resulta inadmisible oponerse, discrepar o simplemente tener una idea distinta del nuevo dogma.
Si hay algo que estamos aprendiendo con sangre, sudor y lágrimas es que “el equilibrio fiscal es fundamental para lograr la estabilización macroeconómica” y ese equilibrio permitirá que las fuerzas del cielo, léase del mercado nos derramará crecimiento económico sin parar y niveles de ingresos de todos nosotros como en cualquier país desarrollado del mundo. Dicho de otro modo, el equilibrio se ha convertido en bíblico y aquel que lo cuestione supondrá estar al borde de las garras de la Santa Inquisición.
Supongamos por algunos instantes, que la meta bíblica de Milei es verdad absoluta. Aun así, debería -como buen religioso- arribar al objetivo con “misericordia”, es decir, debe lograrse al menor costo social posible, y debe ser sostenible en el tiempo para no volver a caer en el ‘pecado’. Sin embargo, Milei se ha convertido en un Tomás de Torquemada (presbítero dominico y primer inquisidor del Siglo XV en España), y pareciera que goza en forma incansable con el sufrimiento de todos. Frases como “el mayor ajuste de la historia de la humanidad”, confirman estas sospechas.
En la práctica, ese sufrimiento no ha sido otro que “motosierra” y “licuadora”, además de subas de impuestos. Para decirlo en términos científicos: “hubo una maxi devaluación licuadora que no tuvo consideración sobre los costos sociales y ni de sus efectos sobre el nivel de actividad, el nivel de los ingresos de la población, y que solo provocó escasa confianza de los inversores”.
De este modo, nos atrevemos a sentenciar, junto a muchos prestigiosos economistas, que en definitiva Milei no provocó, sino que “utilizó la recesión como instrumento de política económica”. Esta conclusión es macabra y más propia de Satán que de Dios.
Hoy por hoy, esa diabólica utilización de la recesión, además de ser cuestionada por muchos, comenzó a mostrar las inconsistencias de las medidas de política económica que están siendo atacadas por falta de credibilidad como lo demuestra el riesgo país junto a una desinflación a la que le presagian cierta estabilidad en torno al 3 o 4%, frente a todos nuestros vecinos con esos índices, pero anuales.
Sin querer repetir análisis anteriores, lo cierto es que nuestro Moisés, desde diciembre hasta esta parte, ha perdido alianzas políticas, destacados compañeros de ruta que lo abandonaron y nuestra sociedad, que sigue acompañando ciega a nuestro profeta, comienza a ver una cierta “inconsistencia temporal”, junto a la aparición de ciertos vicios extravagantes impropios de un verdadero profeta, desde su predilección por vedetes, insultos y agravios, intransigencia negociadora, etc.
Lo peor de todo es que por primera vez, nuestra sociedad, que hasta ahora siguió ciegamente a nuestro líder espiritual en este camino a la estabilidad y crecimiento económico prometido, comienza a tener un temor a otra amenaza del demonio: la pobreza. Efectivamente, la pobreza se está alzando como castigo divino en este proceso. Una especie similar a la X plaga de Egipto, que da muerte de todos los primogénitos que no marquen sus puertas con la sangre de un cordero. Efectivamente, la pobreza amenaza con entrar en todas las casas por igual, en particular en aquellas de la clase media, aquella que supo ser un modelo de esfuerzo y ahorro en la Argentina hace más de 100 años. Aquella clase que precisamente nació para superar la plaga de la pobreza, ahora está infestada por doquier.
Esta plaga se une a la desinflación para congelar la posibilidad de curarse: Quién hoy es pobre, lo será por muchísimo tiempo quedando como único gran objetivo la modesta lucha “para no perder y llegar a fin de mes” o “poder llenar la heladera”, como Guillermo Oliveto lo explicó en una artículo excelente publicado esta semana: El descenso es elocuente, contundente, lacerante. Económico, sí, pero sobre todo simbólico. Se trata de millones de ciudadanos que técnicamente integran esos sectores medios, pero que ya no se sienten como tales. Se autoperciben en algunos casos como “clase trabajadora” o “remadora” y en otros directamente como parte de una “pobreza intermitente”, con excepción de “ciertos grupos de la clase media alta y de la alta –que se autodefine como clase media– un corpus de ambiciones más tradicionales. Ellos continúan portando orgullosamente su identidad histórica”.
¿Cuánto tiempo y deterioro puede seguir tolerando la sociedad en este tránsito por el desierto de la recesión? ¿Dónde estará el límite al dolor, que hoy no solo es económico, sino que ahora, como dice Oliveto, es multidimensional metiéndose en cada casa en todas las relaciones inter familiares, como la salud, la educación, la alimentación, el esparcimiento, etc.?
Las encuestas ya nos están diciendo que la mitad del pueblo de este nuevo Moisés, no está de acuerdo con el camino y el sufrimiento que padecemos en este desierto. El peligro ahora es precisamente el otro 50% de argentinos, si no logran encontrarle una respuesta a todo este sufrimiento y pierden la esperanza en el horizonte.
Con este panorama, comienzan a asomar las dudas de muchos que optamos por seguir a Moisés, no por convicción sino por descarte, dado que no queríamos más el yugo de la esclavitud egipcia. Sin embargo, la pregunta que comenzamos a hacernos todos es la siguiente: ¿fue necesaria tanta crueldad con las clases más humildes? ¿Fue necesario llevar a nuestros jubilados a niveles de pobreza pocas veces vista? ¿Fue necesario acudir a la recesión como método y jactarse de ello en cualquier foro internacional y nacional? Nadie sabe cuánto camino falta por recorrer y todos comenzamos a dudar. Seran ciertas las leyes del Monte Sinaí? ¿Por qué somos sometidos a tanta crueldad y recesión? Para peor, ahora nos avisan que la tan promocionada desinflación, no bajará mucho más y obliga a los que fueron contagiados con la peste de la pobreza a no poder curarse de ella, debido a que nadie sabe dónde y cuándo aparecerá la vacuna.
Como tantos argentinos, muchos votamos a Milei por descarte. Ninguno queria el yugo del Kirchnerismo. Sin embargo, muchos tampoco confiábamos en Milei y solo lo votamos por descarte en la segunda vuelta. Hoy, pasados 8 meses de transitar por el desierto de la recesión, no solo no volvería a votarlo por convicción, sino que comienzo a dudar si vale la pena elegirlo, aunque como la única opción posible.