27 diciembre, 2022
Cuando se mira hacia el futuro se escucha que todo puede empeorar por tres razones: la política doméstica, la sequía extrema y la situación económica mundial
Opinión: 2023, el año electoral más incierto de los últimos tiempos
Por Claudio Jacquelin*
A la incertidumbre extrema que ya ofrecían la economía, la crisis de liderazgos y la ausencia de candidatos cantados, el Gobierno sumó el jueves pasado una decisión que empeora todo exponencialmente para iniciar el año electoral.
Aunque pueda parecer un exceso, desde la recuperación de la democracia no se encara un proceso de renovación presidencial con esa acumulación de falta de certezas para una sociedad que en su mochila lleva una pandemia sin precedente, una economía estancada durante casi 11 años, una pobreza de casi el 40%, una regresiva distribución del ingreso, una caída del poder de compra de los salarios durante un quinquenio y una deuda interna y externa asfixiante.
El mayor problema, sin embargo, no está en el pasado. Cuando se mira hacia el futuro se escucha que todo puede empeorar por, al menos, tres razones. De lo más coyuntural a lo más estructural, en primer lugar, asoma la variable de la política doméstica. En segundo lugar, aparece la cuestión climatológica con una sequía extrema. Y en tercer lugar, la situación económica mundial y las perspectivas poco favorables para el año próximo que impactarán en la Argentina.
En el rubro político, a la cuestionada legitimidad de ejercicio e impopularidad que padece el Presidente y la profunda crisis que atraviesa al sistema bicoalicionista vigente desde 2019 se les acaba de sumar la decisión del Gobierno que sumergió al país en un conflicto de poderes sin precedente desde 1983 al alzarse (o desconocer) un pronunciamiento de la Corte Suprema.
Alberto Fernández iniciará así el año electoral con tres denuncias penales en su contra presentadas por dirigentes de Juntos por el Cambio por la supuesta comisión de algunos de los más graves delitos que pueden cometerse en el ejercicio de la primera magistratura. Lluvia ácida sobre un cuerpo llagado.
La medida presidencial, para peor, no ocurre en el vacío, sino en el contexto de enfrentamiento extremo del oficialismo contra el Poder Judicial, tras el fallo contra la vicepresidenta por corrupción, que la condenada y sus seguidores descalificaron y atribuyen a una persecución política. Todo tiene que ver con todo, le gusta decir a Cristina Kirchner.
El conflicto, lejos de enfriarse, promete escalar. Como suele suceder desde que llegó al Gobierno, cuando Alberto Fernández termina haciendo propias posiciones que provienen del lado cristinista de la vida, se radicaliza en su defensa y ejecución con la fe de los conversos, para disimular la conversión.
Aunque desde las cercanías del Presidente procuren moderar la semántica y afirmar que seguirá todo por el curso legal, en la praxis solo se puede esperar que se ahonde la embestida contra la Corte y su fallo por la coparticipación favorable a la ciudad de Buenos Aires y contrario al Gobierno.
“La idea de que se trata de un alzamiento contra la Corte y todos esos grandilocuentes títulos de Clarín y LA NACION corren por cuenta de ustedes. El comunicado decía clarito que se iba a apelar la cautelar porque así como está no se puede cumplir, ya que no existen recursos extras para utilizar, no hay mayor recaudación con respecto a los gastos que tiene comprometidos el Tesoro. Así que se insistirá ante la Corte con esa posición, con lo que se llama recurso de revocatoria in extremis”, explica uno de los encargados de la estrategia procesal del Presidente.
Ese rigorismo procesal termina y deja paso a la argumentación política pura y dura cuando se interroga sobre el conflicto de poderes abierto y su deriva. “Todo depende de cómo reaccione la Corte. Hasta ahora eligió la colectora de la política, se salió del camino de la jurisprudencia respecto de decisiones políticas no udiciales y volvió a utilizar la figura del per saltum que a la Corte menemista la desprestigió, y que ahora parece [para algunos medios y políticos] que a esta la prestigia”, afirma uno de los dos funcionarios a los que Fernández escucha en este tema como a pocos.
Más allá del siempre menguante entorno presidencial, del cristicamporismo cerril y de los gobernadores peronistas que en defensa de sus intereses y proyectos político-electorales personales iniciaron la ofensiva contra el fallo hasta obtener la rendición y la radicalización presidencial, existe malestar en el oficialismo y en no pocos funcionarios de alto nivel con esta deriva que pone en crisis el sistema institucional. Pero el núcleo combatiente tiene demasiada influencia en este singular oficialismo, aun cuando puedan llegar a impulsar acciones de discutible legalidad y constitucionalidad o proyectos absurdos, como el traslado de la Capital Federal, cuando no consiguen quorum ni para sacar leyes mucho menos controversiales.
La mayor preocupación se advierte en el área económica, donde temen por el impacto que tendrá en la frágil economía. Eso explica el silencio al respecto de sus máximas autoridades y que los dos últimos tuits de Sergio Massa hasta la tarde de ayer sean del viernes pasado para promocionar los encuentros que mantuvo durante la visita a Brasil con su futuro par, Fernando Hadad, y con el vicepresidente electo, Geraldo Alckmin. Como si acá no hubiera pasado nada y mucho menos como si el argumento del alzamiento presidencial contra la Corte no se hubiera sustentado en razones económicas. Singularidades de este artefacto extraño que es el gobierno de Fernández.
A pesar del silencio del ministro, del equipo de Massa y también de otras áreas de la administración emergen expresiones de espanto, entre las que no faltan las de quienes se cuestionan si vale la pena seguir siendo parte de un gobierno que se pone al borde de la ley y desbarata esfuerzos por normalizar y mejorar la situación.
“Hay gente que tiene como libro de cabecera ‘Cómo dilapidar oportunidades’”, expresa con una ironía rayana en el desprecio uno de los funcionarios críticos de la decisión presidencial. “El fallo, más allá de la implicancia en la economía (que había que sentarse a negociar cómo se ejecutaba, cosa que hizo Macri con el fallo de la Corte sobre la coparticipación en 2016), abría el espacio para un discurso potente federal, popular, con centralidad en el interior, con una mirada de la historia y de las desigualdades de esta Argentina. Pero Dios ciega a quienes no quieren ver y en este caso parece que además de no ver desean perder”, argumenta el veterano dirigente peronista que hasta no hace tanto tenía una gran cercanía con el Presidente. No solo se trata de preocupaciones económicas, sino también de inquietudes por el efecto político.
El inquietante trasfondo de esa situación es el desinterés y el desvínculo, cuando no el rechazo, expresados mayoritariamente por la sociedad, en casi todas las encuestas, respecto de la política y de los dirigentes políticos, cuyas ratios de imagen negativa son casi unánimes, salvo un par de excepciones en algunos sondeos aislados.
No extraña así que no aparezca aún ningún candidato indiscutido para disputar la elección presidencial en ninguna de las dos coaliciones dominantes, donde, además, aparecen postulantes que encaran posiciones desde notoriamente distantes hasta decididamente antagónicas. Al mismo tiempo, siguen creciendo la imagen y la intención de voto, hasta ubicarse como una consolidada tercera fuerza, hacia un postulante antisistema, como Javier Milei, cuya expresión más cabal es la descalificación de la dirigencia política en su totalidad, a la que denuesta calificándola de “casta”. Nada que se hubiera visto con esa potencia desde 1983 hasta aquí. La participación en las próximas elecciones es una de las mayores incógnitas que han ingresado en las evaluaciones de riesgo de los expertos electorales. La inasistencia histórica registrada en 2019 es un antecedente que empieza a cobrar cada vez más relevancia, a medida que la política parece disociarse más de los ciudadanos comunes.
A esa fuente de incertidumbre que es la política doméstica se le añade, en segundo lugar, la cuestión climatológica. Una sequía extraordinaria amenaza con provocar una caída de los ingresos del principal sector productivo (el complejo agroindustrial) de más de 10.000 millones de dólares para un fisco que padece una crisis extrema de reservas. La situación es tan crítica que el Ministerio de Economía celebró el viernes pasado que la cosecha de trigo solo se haya reducido poco más del 30% respecto del año anterior. De 22 millones de toneladas en 2021 se pasará este año a alrededor de 15 millones de toneladas.
A eso hay que sumar el impacto de la falta de lluvias en la producción ganadera y, consecuentemente, en el aumento del costo de la carne para el año próximo debido a la previsible falta de hacienda para faenar. Para entender su relevancia, cabe decir que el rubro tiene tanta incidencia en el índice de precios al consumidor que por la liquidación excepcional de vacunos en el último mes, ante la falta de pastos, bajó el precio en las góndolas a niveles de abril pasado y ayudó sensiblemente a llegar al oficialmente “festejado” 4,9% de inflación de noviembre.
Por otra parte, deberán contabilizarse los daños colaterales que eso provocará sobre otros sectores de la economía, cuya situación se ve dinamizada o retraída fuertemente según le vaya al campo. La profundidad del daño final de la sequía es una incógnita mayúscula, que empezará a dilucidarse en poco más de un mes.
Por último, deben incluirse aquí la situación económica mundial y las perspectivas para el año próximo. El top ten del ranking global de riesgos para 2023, elaborado por la respetada publicación estadounidense The National Interes, incluye, además de los múltiples efectos negativos duraderos de la invasión rusa de Ucrania, varios puntos de influencia sobre la Argentina.
En ese ranking aparecen una creciente inseguridad alimentaria mundial, pronósticos sombríos sobre crisis de deuda para los países en vías de desarrollo, una espiralización del endeudamiento global, una profundización del déficit de cooperación global, un empeoramiento del impacto climático y creciente profundización de las tensiones entre China y Estados Unidos, que impactarán en la economía global. El mundo no nos es ajeno ni promete ser más benévolo. Todos o casi todos los pronósticos anuncian vientos de frente.
Pocas veces, desde 1983, las variables políticas, económicas e internacionales han convergido con semejante potencia tan adversamente en el comienzo de un proceso electoral. Demasiadas incertidumbres para el año en el que deberá elegirse un nuevo presidente. Solo cabe esperar que, al menos, la felicidad futbolera por el título del Mundo perdure.